El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

jueves, 22 de enero de 2009

Breve: Un dragón de mudanza en Madrid


En todas partes hay entrañables librerías con libreros maravillosos —y esperemos que sigan ahí, a pesar de los pesares, a pesar de los soportes nuevos o viejos, a pesar de los muchos, los pocos, los demasiados libros y a pesar de los pocos lectores (¿de verdad son tan pocos?)—. Hay libreros que te dejan recorrer la librería entera con paciencia, con más paciencia que Job, y que siguen a lo suyo, tranquilos, aun cuando tú estás abriendo un libro tras otro y tu hijo, mientras, te imita a su manera —en esos casos es conveniente y hasta recomendable practicar el juego juntos y cuidar así de que los libros no sufran en las manitas infantiles o no acaben colocados de formas extrañas e impensables que hacen que, por ejemplo, las páginas se doblen al colarse dentro otro libro en el hueco en el que, tenaz como solo lo es un niño, ha conseguido muy orgulloso meterlo a fuerza bruta el peque—. El librero, además, sonríe y te responde «Adiós, gracias» —a veces me pregunto si su subconsciente quiere decir «A Dios gracias (que se van al fin)», ja, ja, es broma— cuando te despides sin llevarte nada. Y es que entiende que, aunque no compréis ese día, que tu niño vaya a la librería es tan bueno como que te acompañe al mercado: se acostumbra, y el roce hace el cariño, y la costumbre y lo conocido quita el miedo.

En Madrid, entre muchas otras librerías extraordinarias con libreros extraordinarios —atención, que algunos son muy simpáticos, otros son muy serios, otros son charlatanes, otros más bien secos... hay personalidades para todos los gustos, pero todos coinciden en que les gustan los libros, saben de libros y te aconsejan estupendamente si se lo pides—, y entre otras muchas librerías extraordinarias especializadas en literatura infantil y juvenil, donde los libreros, además, son unos amantes de los buenos libros destinados a niños y jóvenes hasta noventa y nueve años o más, hay una librería donde vive un dragón: Leo.

Leo nos ha escrito para decirnos que se muda. No se va de Madrid, pero se cambia de casa. Como él lo cuenta muy bien con sus propias palabras, aquí les dejo la carta que nos envió.


Dragonia, 20 de enero de 2009

Queridos amigos y amigas de Dragonia:

Hace aproximadamente un mes me enteré de que tenía que dejar mi casa actual, la de Españoleto, la casa en la que desde hace ya cinco años he ido dejando mis libros favoritos para que los pudierais disfrutar.

Al principio no lo entendí, pero... pero no había nada que entender, solo tenía que salir de allí. Me colé bajo la puerta como he hecho tantas veces, de noche, para que nadie me viera, y recorrí con la vista los rincones que hemos disfrutado. Recordé de pronto las paredes vacías al principio de todo; recordé, también, la llegada de los primeros libros; vuestras primeras visitas, ¡qué alegría trajisteis!. No lo pude remediar, sentí que dos lágrimas, dos grandes lágrimas (recordad, soy un dragón) resbalaban por mis mejillas.

Inmediatamente sentí la necesidad de salir a buscar un nuevo hogar, tenía que seguir con mi misión, ya sabéis, descubrir y acercaos los libros más bonitos. Un dragón siempre cumple su misión.

Comencé a recorrer volando las calles buscando una casa vacía que me pudiera acoger, mi luz azul iluminaba fuertemente mi paso las calles de Madrid. Encontré una casa muy grande, en una calle muy grande, los coches sonaban fuertemente y sentí que no quería que estuvieseis tan cerca de ellos; inmediatamente encontré otra, pero tenía escaleras por todos lados, tampoco os imaginaba subiendo y bajando ¡qué miedo!; seguí en mi búsqueda y volé y volé y sentí que estaba muy lejos de donde había estado viviendo hasta ahora, y eso tampoco lo quería, deseaba estar cerca de todos los amigos y amigas que tengo en el barrio; así que di la vuelta y sobrevolé de nuevo Chamberí ¡qué bonito es!; entonces apareció una casa vacía justo delante de mí pero... tenia el escaparate muy alto, no llegaríais a ver los libros desde la calle.

Mi luz se fue debilitando, estaba cansado y entonces aparecieron ellos, mis amigos los dragones: el plateado, el colorado, el dorado y el verde. En cuanto supieron lo que me pasaba, se pusieron a ayudarme en esa búsqueda y me transmitieron su fuerza y energía. Nos separamos por distintas calles y sentí que mi luz se hacía más y más fuerte. Las calles se iluminaron con nuestros colores. El plateado transformó con su luz el paisaje como si la luna llena hubiera aparecido; el colorado, tiñó de rojo las fachadas; el dorado trajo devolvió la luz del atardecer en plena noche; y el verde cambió el asfalto por fresca hierba. Buscamos, buscamos,...

Entré en una pequeña y tranquila calle y pasé rápido, pero justo cuando salía de ella a una más grande en la que desembocaba, recordé una imagen que había visto al pasar: dos columnas de hierro como la que tenía en Españoleto. Rápidamente di la vuelta en la ancha avenida y retrocedí para entrar de nuevo en ella y entonces me encontré allí, frente a aquella casa vacía. Estaba al lado de la anterior y, además de las columnas de hierro, tenía un gran escaparate que llegaba hasta el suelo. Pero no solo fue eso, al explorarla por dentro me di cuenta de que era más grande y os imaginé más cómodos y, de pronto, la vi: una cueva, mi cueva. Cuánto había echado de menos una cueva para refugiarme a leer. Ya no había duda, ese iba a ser mi nuevo hogar. Con todas mis fuerzas solté hacia el cielo una gran llamarada que vieron mis amigos y juntos celebramos con alegría el descubrimiento. Fue una noche fantástica, saltamos, volamos, hicimos piruetas, lanzamos llamaradas ¡estábamos felices! Según he oído, los bomberos salieron alguna vez pensando que había fuego, pero no lo encontraron por ningún lado; y también un servicio especial, no sé cómo le llaman, creían que los extraterrestres estaban invadiendo Madrid. Éramos nosotros, nuestra alegría, nuestra energía, nuestra fuerza que llegaron a todos los rincones de la ciudad.

Ahora, ya veis, lejos de estar triste estoy muy contento. Tengo nuevas ilusiones y sé que voy a seguir muchos, muchos años con mi misión.

Amigas y amigos, os espero desde la semana del 26 de enero en mi nuevo hogar, estoy impaciente porque lo veáis, os va a gustar muchísimo. He preparado ya muchos libros maravillosos para que sigáis disfrutando con ellos y los conoceremos con un montón de actividades para celebrar nuestra llegada a la calle Sagunto 20 : allí está mi cueva, La Cueva de Leo.

Contádselo a vuestros amigos, os esperamos a todos.

Besitos dragonianos de

Leo,
El Dragón Lector

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lunes, 19 de enero de 2009

Marosa di Giorgio. Semblanza y cuento


Imagen tomada de El Poder de la Palabra


Mi buena amiga Pilar Chargoñia me obsequia —nos obsequia— con este hermoso texto que, además nos trae un cuento-poema o poema-cuento de una escritora uruguaya llamada Marosa di Giorgio. Disfrutémoslo. Gracias, Pilar.

Marosa di Giorgio

Semblanza y cuento

por Pilar Chargoñia

La mujer está de pie en una esquina, pasa un camionero y le grita una porquería. Mírala ahí, apretándose contra la pared, escandalizada...

Imagina el interior del país, es Salto y es Uruguay. Ella es escritora. Vive con su madre, una mujer de carácter fuerte, mandona y exigente, que quiere a su hija consigo, no la quiere desamparar.

Ella nació en el 1932 y murió en el 2004, ya puedes darte una idea.

Dibújate una caricatura mental, una mujer bien fea: labios pulpudos (que no es lo mismo que decir “pulposos”) pintados de un rojo violento. El pelo violeta, suelto y largo, tapándole el ojo izquierdo. La ropa de colorinches, abalorios y pollera demasiado corta. No es nada joven (que no es lo mismo que decir que es vieja; la edad es indiferente, pero no es una edad de las buenas).

¿Qué crees que puede escribir una mujer así?, ¿en ese tiempo, en ese lugar? Poesía, claro. Poesía en prosa, para ser más prolijos. Ajá, ¿y de qué tipo, estilo, etcétera?

Imagínala ahora en ese antro de intelectuales que fue el café Sorocabana, ya en la capital, siempre en la misma mesita redonda de viejísimo mármol, la mejilla apoyada en la mano gordezuela, las uñas de un rojizo diferente al de la boca, la sonrisa tristona. (Colorido expresionista.) Desde fuera parece que a su ventana le faltaran las macetas con helechos, los canarios en las jaulas, un brillo de sol plateado en el borde de la copita de anís...

Pacata hasta decir basta: «¡Ay, S., no me digas esas cosas!» El bueno de S[1]. solo le había hecho una broma sobre la fijación del camionero, tal vez algo sobre sus piernas o su llamarada capilar...

Lo dicho: ¿qué crees que puede escribir una mujer así? Pero, ¿y uno qué sabe? En caso de dejarnos llevar por las apariencias no llegamos a parte alguna. O sí. O ni idea.

Aquí va una muestrita de sus meandros expresivos. Que te aproveche.

El lobo[2]

Marosa di Giorgio, Los papeles salvajes, 1979.

«Cuando nació, apareció el lobo. Domingo al mediodía, luz brillante, y la madre vio, a través de los vidrios, el hocico picudo, y en la pelambre, las espinas de escarcha, y clamoreó; más, le dieron una pócima que la adormecía alegremente.

El lobo asistió al bautismo y a la comunión; el bautismo, con faldones; la comunión, con vestido rosa. El lobo no se veía, solo asomaban sus orejas puntiagudas entre las cosas.

La persiguió a la escuela, oculto por rosales y repollos; la espiaba en las fiestas de exámenes, cuando ella tembló un poco.

Divisó al primer novio, y al segundo, y al tercero, que solo la miraron tras la reja. Ella con el organdí ilusorio que usaban entonces las niñas de jardines. Y las perlas, en la cabeza, en el escote, en el ruedo, perlas pesadas y esplendorosas (era lo único que sostenía el vestido). Al moverse, perdía algunas de esas perlas. Pero los novios desaparecieron sin que nadie supiese por qué.

Las amigas se casaban; unas tras otras, fue a grandes fiestas; asistió al nacimiento de los hijos de cada una.

Y los años pasaron y volaron, y ella en su extrañeza. Un día se volvió y dijo a alguien: “Es el lobo”. Aunque en verdad ella nunca había visto un lobo.

Hasta que llegó una noche extraordinaria, por las camelias y las estrellas. Llegó una noche extraordinaria.

Detrás de la reja apareció el lobo; pero apareció como novio, como un hombre habló en voz baja y convincente. Le dijo: “Ven”. Ella obedeció; se le cayó una perla. Salió. Él dijo: “¿Acá?” Pero, atravesaron camelias y rosales, todo negro por la oscuridad, hasta un hueco que parecía cavado especialmente. Ella se arrodilló; él se arrodilló. Estiró su grande lengua y la lamió. Le dijo: “¿Cómo quieres?”.

Ella no respondía. Era una reina. Solo la sonrisa leve que había visto a las amigas en las bodas.

Él le sacó una mano, y la otra mano, un pie, el otro pie, la contempló un instante así. Luego le sacó la cabeza; los ojos (puso uno a cada lado); le sacó las costillas y todo.

Pero, por sobre todo, devoró la sangre, con rapidez, maestría y gran virilidad.»

*


[1] Sergio López Suárez, escritor de literatura infantil y juvenil, ilustrador, maestro. A él le debo esta anécdota y la semblanza de Marosa.

[2] Título propuesto por mí (Pilar), ya que los textos de Marosa di Giorgio no los llevan. También podría ser “Uno de lobos”, uno de sus poemas sobre lobos.


Si quieren oír el poema en boca de la misma Marosa, pueden hacerlo en Palabra virtual.

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jueves, 8 de enero de 2009

Lo poquito que sé de lectura, de lectores y de niños

Las niñas atentas a algo que han descubierto

Este año que empieza, como todos, unos cuantos andaremos buscando trucos para enganchar a uno o varios chicos a la lectura; otros tantos nos los ofrecerán; habrá campañas diversas, como siempre, y no faltará el que diga que no tiene por qué leer todo el mundo, que no todos somos iguales, que es cuestión de gustos. Mire usted qué gracioso. Para mí eso es como decir que no todo el mundo tiene por qué jugar: hombre, pues todos tenemos derecho a ello, sobre todo los niños.
En eso estoy con Joan Carles Girbés cuando decía en su guía Leer para crecer: guía práctica para hacer lectores a los hijos [fragmentos y reseña, en castellano] (Llegir per a créixer: guia per a fer fills lectors [texto completo, en valenciano]): «Es que leer es un rollo... ¡Stop! ¡Eso sí que no! “Es que a mí no me gusta leer.” Sería más correcto decir: “Es que nunca he leído un libro que me guste”, porque a menudo quien afirma que leer es aburrido es porque aún no ha encontrado las lecturas adecuadas a sus gustos e intereses, ese libro corto o larguísimo que le hará descubrir sensaciones nuevas, aprender, crecer, madurar, vibrar de emoción y encontrarse consigo mismo. ¿A quién no le gusta el cine? Pueden que no gustarle las películas de amor, o las de terror, o las de acción, pero seguro que hay determinadas películas que le entusiasman. Con la literatura pasa lo mismo.»
En diciembre, estas pasadas vacaciones, gracias a un mensaje de C. C. en el foro de Animación a la lectura, di con estos Consejos para enseñar a leer por placer en La Nación.
Son buenos consejos; de hecho, son muy buenos: leer a los niños de pequeños, llevarlos a la librería y dejar que elijan sus libros, no pretender que les gusten obligatoriamente los mismos que nos gustaron a nosotros a su edad, hacer sitio a sus libros para que puedan tener su propia biblioteca...
Sin embargo, me llama la atención esta frase: «A la hora de buscar informaciones y diversión, muchas veces los chicos prefieren respuestas más rápidas, como la televisión, la PlayStation o Internet. El escritor Pablo De Santis habla del "carácter de urgencia y de las respuestas inmediatas" de esos medios en comparación con los libros "pacientes y que siempre pueden esperar"». Me pregunto por qué nadie se pregunta cómo llegan los niños a la Play, a la Nintendo o a la PSP, al móvil o a la tele, al ordenador o a la pantalla del tipo que sea; por qué siempre empezamos dando por hecho que es algo innato y natural.
Es curioso, ¿verdad?, es como si todos asumiéramos que un niño prefiere la compañía de una máquina a la de una persona: es más rápida, es interactiva, es de colores...
Ja, ja, aunque volara mientras canta y gira.
Yo les aseguro que los niños prefieren una y mil veces una mamá, un papá, un hermano... quien sea, a una máquina. Enganchar a un niño a la tele es trabajo de días, no de un momento. Es no hacerle caso cuando llega a gatas, si es que ha aprendido a ir a gatas, y dejarlo en el parque para que no moleste y enchufarle la tele. Aun así, el niño mirará la pantalla y luego se aburrirá como una ostra. Y reclamará nuestra atención. Y si no se le hace caso y se le da una ranita que habla cuando le aprietas la pata o la barriga, el niño lo hace un par de veces y luego la ranita se queda cantando solita.
Quiero decir: si mamá le canta una nana, o papá, por mal que canten, el bebé se acurruca en sus brazos, o llora porque le duele lo que sea, pero lo prefiere al chisme que suena y que hasta mece la cuna. Cuando van creciendo, quieren curar a los muñecos y a nosotros, no a un tamagotchi. Cuando descubren algo en el suelo y lo chupan, luego nos lo enseñan a nosotros, no a la tele. Si les contamos cuentos, nos escuchan. Si nos hablan, si se ríen, si lloran porque se caen o porque les da la gana, ¿a quién buscan? ¿Cuántas veces les decimos «ahora no puedo, cariño» porque nos reclaman a nosotros?
Desenganchar a un niño de las personas que le rodean hasta conseguir que se enganche a una tele, a una consola o a un bichito digital es ir cortando hilos de atención: el hilo de leerle cuentos, zas; el de jugar a la peluquería, al médico, al tendero..., zas; el hilo de contar historias juntos, zas; ese otro de dibujar todos, ese también, zas; el de bajar al parque, ¡qué pérdida de tiempo!, zas; ¿que me dicen del de escuchar pacientemente sus chistes interminables o sus cuentos?, zas; el hilo de ensuciar la cocina con muuucha paciencia, quita, quita, zas; y el de que nos hagan una función de guiñol, ah, ¿pero aún hay algún sitio donde haya teatrillos y marionetas?, ¿es que hay padres o abuelos que tengan tiempo de ver las funciones de los niños?... ZAS
Poco a poco, pasito a pasito lo hemos conseguido: hilo a hilo. Que el tiempo es oro y uno no está para malgastarlo en jugar, contar, escuchar, bailar, cantar, crear, destrozar... Luego, cariño, ¿por qué ahora no te entretienes un ratito con ese libro tan bonito que habla? ¿O con ese ordenador para peques? ¿O con esa película que te gusta tanto? «Pero tú conmigo, mami, la vemos juntos, ¿sí?» Mami tiene cosas que hacer, luego viene.
No es la lectura, es todo: la lectura, el juego, la cocina, el bailoteo, la música, las películas, las charlas, los cuentos, las funciones... Los vamos dejando solos y, entonces sí, pero solo entonces, nos sustituyen.

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