El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Contexto de editores: Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial


El Ministerio de Cultura de España ha dado a siete editoriales independientes el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial por su proyecto Contexto de editores, del que dimos cuenta, cuando se presentó, en este mismo blog.

¿Razones por la que se lo han dado? Pues, en palabras del jurado, por «su irrupción innovadora en el panorama editorial, que desde la iniciativa individual y desde distintos puntos de España, han sabido vincular edición, distribución y librería en torno al proyecto Contexto».

Las editoriales son Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso; y las cito como se citaron ellas en Contexto —así las cita también el Ministerio—, por orden alfabético (así que sepan ustedes que Libros del Asteroide se ordena por Asteroide, Libros de; quiten Editorial de algunas a las que están acostumbrados a anteponérselo, y que no les preocupe en exceso, por ahora al menos, si es Piso, Sexto o Sexto Piso, porque va igualmente la última), para no dar ni quitar a ninguna el protagonismo de este premio que precisamente parece querer premiar, o así lo interpreto yo tras leer las declaraciones del jurado, esta colaboración editorial entre diferentes pero iguales, que realmente supone una buena iniciativa y algo más que una suma: siete que se juntan en un proyecto que consigue respetar la autonomía y diversidad de todos y cada uno de ellos, a la par que crea una nueva manera de hacerse visibles, comunicarse con los lectores y bibliotecas, exponer sin intermediarios sus ideas y libros.

Les recuerdo que el Premi Llibreter 2008 ha sido para Botchan, de Natsume Soseki, publicado por Impedimenta. Y que El tercer policía de Flann O'Brien, en Nórdica Libros, quedó finalista del mismo premio en el 2007, que ganó Hace mil años que estoy aquí, de Marionila Venezia, en Gadir. Y en el 2006, fue el ganador fue El quinto en discordia de Robertson Davis, que editó Libros del Asteroide. Pero esto no es una carrera de premios y, en concreto, modalidad Premi Llibreter. Los cito solo como ejemplo de que estas editoriales, y otras que no están en Contexto —Libros del Zorro Rojo, Gadir, Minúscula, Acantilado, Melusina, y otras muchas que me dejo en el tintero— son hoy por hoy referentes para todos los lectores, libreros y gentes que tienen ganas de leer un buen libro o de venderlo. Más allá de los best-sellers que invaden tanto librerías como hipermercados, hay, si uno quiere, libros distintos, ya sea por su cuidada edición, por sus ilustraciones, por el rescate de textos o autores perdidos, por el descubrimiento de otros nuevos... En lo que todas estas editoriales coinciden parece ser que es en la clara vocación editorial del editor: ni un loco reloco incapaz de gestionar su empresa —empeño—, ni un simple fabrica-vende-todo obsesionado con producir y cobrar. Hay un editor sensible (hay, por supuesto, distintas sensibilidades; menos mal) que escoge y selecciona, que persigue una labor editorial y no solo un producto, que arriesga, que sabe mantener los pies en el suelo también, que cuida de que la parte antipática del dinero no haga que sus sueños se vayan al garete.

¿Por qué, entonces, entre tantas editoriales, estas siete? Por su proyecto. En él comparten esta visión editorial. Y hacen que nosotros también podamos compartirla. Si algo se les puede decir ahora es: enhorabuena. Adelante. Que no se quede el proyecto en agua de borrajas.

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miércoles, 22 de octubre de 2008

Edición Libro de Notas sigue adelante e inaugura colección


Lleva su tiempo, pero parece que consigue introducirse en España el libro ilustrado para adultos. Muchos llegan de la mano de Nórdica libros, de Libros del Zorro Rojo, de otras que llevaban más tiempo con nosotros, como Media Vaca.

Sin embargo, la apuesta por autores no consagrados se echa de menos. Es cierto que estas editoriales descubren nuevas formas, que rescatan autores olvidados. Incluso traen textos inéditos en castellano. Menos mal que existen. Es un placer para muchos lectores.

Hace poco dábamos cuenta del nacimiento de otra editorial, la Editorial Libro de Notas, que publica sus textos gratuitamente en forma digital y que da la opción de comprarlos además en papel en Bubok (por cierto que ya está también disponible en papel el poemario de Alber Vázquez). Bien, pues amplía su catálogo con dos títulos que les recomiendo e introduce una nueva colección. Esta editorial sí apuesta por autores ¿nuevos?; vale, quizá no tan nuevos, pero sí no tan conocidos ni consagrados. No busquen aquí a Baudelaire ni a Cortázar: por ahora no es esa la línea de la editorial.

Pero, pasen a las novedades, por favor, no les entretengo más.

Artes Adivinatorias es un libro de poemas de Germán Machado con ilustraciones de Fernando de la Iglesia que aparece en la Colección Poesía LdN, donde ya se hallaban los otros tres títulos que ofrecía esta editorial.

La nueva Colección Miradas LdN la inaugura Tratado del miedo, de Marcos Taracido y Fernando de la Iglesia: un cómic-poema que resulta realmente ser lo que el título dice.

Les recuerdo que, además de los autores y de los ilustradores, cuya colaboración produce unos resultados maravillosos, María José Hernández Lloreda es la directora de la Colección Poesía LdN —y creo que lo hace realmente bien—. Óscar Villán maqueta (en Artes Adivinatorias lo hacen a cuatro manos él y Fernando de la Iglesia) y diseña: los libros han quedado preciosos, ya sea el formato digital o el de papel. La descarga es en .pdf y es gratuita. Está bajo licencia Creative Commons. Se puede donar, si se quiere, un euro por el libro. En Bubok hay que pagar, pero ninguno de los autores, ilustradores, editores, maquetadores, y todos los ores que han intervenido ha cargado nada para quedarse; es decir, el precio que pagan es el que Bubok cobra por la obra en papel sin comisión ninguna para los ores ajenos a Bubok (papel, encuadernación, transporte... sí los cobra Bubok). ¿Me expliqué?

Actualización:
Lo siento, me expliqué mal, y me lo aclara Marcos Taracido que, a fuerza de honestidad, es una de las personas en que más se puede confiar en este mundo. En Bubok sí cargan una comisión, pero va destinada a cubrir los cinco ejemplares obligados a Depósito Legal por el ISBN y otros gastos similares que aun así no se cubren. Vamos, que siguen sin ser ganancias para los ores.

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viernes, 17 de octubre de 2008

La invasión de los come-comentarios




Hay un estupendo blog de un ilustrador (y dibujante o pintor... o diseñador...; creo que realmente trabajan en varias cosas pero su genio se expresa en más) llamado Nacho Gómez o Nemo que yo he conocido por el blog de Darabuc y que es Estrellas y caracoles. Sus ilustraciones y dibujos son realmente bonitos, inquietantes algunos; muchos se unen con un breve texto y se alzan como cuentos completos. Hay ¿dibujo? o ilustración digital, preciosa, la verdad. Pero mi favorita es la sección Moleskine, en que vuelve al dibujo manual, con acuarelas y con lápiz; supongo que también con tinta, no entiendo mucho hasta qué punto con acuarela se puedan definir tan bien las siluetas: no es lo mío la ilustración ni las técnicas. No se los pierdan.

Bueno, pues este ilustrador tiene la culpa de un fenómeno que se extiende y que comenzó con un simpático dragón al que sorprendíamos comiéndose las palabras y cuyo cartel decía: «Un blog se alimenta de... ...tus comentarios». Lo descubrí, cómo no, en Darabuc, literatura infantil e ilustración, pero luego he venido encontrándomelo aquí y allá por toda la blogosfera, en distintas lenguas.

Decidí ponerlo en este blog y, cuál no sería mi sorpresa, cuando descubrí que llegaba justo en el momento del nacimiento de una nueva criatura alienta-comentarios y come-comentarios: Comentariófago Stelae. Así fue como se coló ella en el lugar de mi dragoncito. No pude renunciar a este y lo puse más abajo.

Ahora, gracias a los feeds, veo que Nacho ha traído al mundo a JellyYellow: soy tan incapaz de resistirme a sus encantos como de renunciar a los de las dos simpáticas y glotonas criaturas que vinieron como huéspedes queridos y se han apropiado de este blog con mucho más derecho sobre él que yo. Así que, otro glotón se une al grupo.

Nacho, además, ofrece un montón de lenguas; vamos, que estos bichos son capaces de comerse las palabras en todos los idiomas, por supuesto, pero invitan a dejarlas en las lenguas más cercanas: Nacho los ofrece en castellano, catalán, gallego, euskera, francés, italiano e inglés, y de forma completamente gratuita.

Cada vez los veo por más sitios y me encanta encontrarlos, inocentones y desinhibidos, algo aprovechados de nuestra forma de expresarnos en aquello de saciar su hambre, en perfecta simbiosis con los blogs y las webs a los que sí gustan de oír a sus visitantes, letrófagos glotones regordetes. Si hasta me da pena no publicar más y no tener más visitas para que engorden los pobrecitos que me han adoptado —inocente de mí, creí que era yo quien los adoptaba—. Ah, son leales como pocos: creo que comerían más en otros sitios y, sin embargo, no me han abandonado.

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martes, 23 de septiembre de 2008

Corazón de tinta (Lecturas veraniegas III)



Todo lo que uno puede amar en un libro se encuenta dentro de este libro de Cornelia Funke; se nota que a la autora le gusta leer y le gustan los libros en sí, como contenido y como continente.

El libro dentro del libro o la literatura dentro de la literatura están presentes en el Corazón de tinta que es protagonista de la historia que se narra en este otro Corazón de tinta que leemos. La novela es un personaje central de la novela. Y nosotros, lectores, vamos descubriendo quiénes lo han leído y quiénes no. Tan ignorantes como nosotros son la pequeña protagonista, e incluso los personajes escapados.


El libro como objeto maravilloso es admirado en las manos sabias de Mo, que los repara con tanto cariño, por los ojos de Meggie, que le ha observado trabajar y curarlos desde que era casi un bebé. Cuando llegan a la increíble biblioteca de Elinor, que los adora y los guarda como tesoros, la niña queda fascinada.

La lectura como puente hacia otros mundos es, en Corazón de tinta, algo tan real que se manifiesta en la capacidad de Lengua de Brujo de hacer que los personajes cobren vida —pero siempre a cambio de alguien real, cuidado—. Esta capacidad es realmente el meollo del asunto: está muy bien soñar con el mundo de la fantasía y sumergirse en él mientras su cuerpo está a salvo en la realidad, pero, ¿qué ocurre cuando entre esos mundos la fuerza de la lectura es capaz de abrir una brecha?


Nada bueno, y a partir de aquí vemos a todo lo que se renuncia por ello: Lengua de Brujo ha renunciado a su amada, que se ha visto atrapada en el libro a cambio de la consistencia real de tres personajes. También ha tenido que renunciar a leer en voz alta a su niña. Esta ha renunciado, sin saberlo, a la maravillosa introducción al mundo de los cuentos y las palabras por las voces amadas. Uno de los personajes, el más humano, el mejor perfilado por la autora, un comefuegos llamado Dedo Polvoriento, vive con la creciente añoranza de su mundo de tinta, donde todo era mágico, donde el ritmo del mundo era hospitalario a pesar de los monstruos, donde él sabía desenvolverse.


El personaje de Capricornio, el malo del libro, sin embargo, parece encontrarse muy bien en este mundo nuestro: ¿qué mejor mundo para hacer el mal? No es un argumento nuevo, ni pobre, pero se echa de menos el que Capricornio no se limite a trasladar aquí la maldad de su mundo de tinta y evolucionara un poco más apoyándose en todas las posibilidades que le da el mundo real.


Tampoco Resa parece un personaje bien perfilado: uno no deja de preguntarse al principio de conocerla si tendrá amnesia además de ser muda o si le habrán lavado el cerebro; ¿tan dócil y poco intrépida se mostraría una madre y pareja al volver a su mundo? Dedo Polvoriento hace mil veces más que ella solo por el recuerdo de las hadas azules.


Cornelia Funke toca también temas como los personajes y su autonomía de su hacedor; el autor y su habilidad para cambiar la historia, aunque no sea ya suya; la lucha entre el bien y el mal; el desarraigo y el apego en Farid; etcétera.


Las citas son bonitas y cortas, y la mayoría están bien elegidas para encabezar los capítulos.


Es un libro entretenido, que pide una continuación en cuanto termina (parece que la autora tenía claro que no iba a escribir solo ese) y en el que a veces uno echa de menos que algunos personajes que parecen principales no emanen la humanidad y complejidad que Dedo Polvoriento consigue transmitir.



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sábado, 13 de septiembre de 2008

Se nos fue Ana Pelegrín.

Fuente de la imagen: weblitoral.com/entrevistas/ana-pelegrin/


El once de septiembre de 2008 se nos ha muerto Ana Pelegrín. Era una maravillosa entusiasta de la poesía y la acercaba a niños y chicos.

En el estupendo blog Compartiendo lecturas... con los chicos reseñé una vez su antología Raíz de amor. Pueden ustedes leerlo en esta entrada. Y si no lo tienen, háganse con él, les gustará, a ustedes y a sus chicos.

Pero no es el único que Ana Pelegrín antologó, ni lo único que nos dejó. Investigó la tradición oral y la amarró al texto para poder transmitirla a grandes y niños, fue tan estudiosa como difusora de la poesía y la palabra.

Creo que vamos a ser muchos los que la echemos de menos. Darabuc le ha dedicado una entrada en su blog de Literatura infantil e ilustración, él, que tanto gusta de la poesía, que es poeta: Para Ana Pelegrín. El gurrion (¿Mariano Coronas Cabrero?) recuerda a Ana, su trabajo y su amistad en «La flor de la maravilla» todavía brilla... en recuerdo de Ana Pelegrín.

Si quieren oírla hablar a ella, con ese dulce deje argentino, vayan a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes a disfrutar de cómo explica ese mundo de poesía entre el que vivía y que logró hacer llegar a tantos.

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jueves, 4 de septiembre de 2008

Cuando Cortázar perdió un cronopio. Lecturas veraniegas (II)


Iba a escribir sobre el libro estupendo que ha editado Libros del Zorro Rojo: El discurso del oso. El texto es un delicioso cuento para dos niños de Julio Cortázar que, hasta que los del Zorro Rojo lo rescataron, se fue a vivir a Historias de cronopios y de famas; las ilustraciones son una preciosidad que nos hacen caer en los caños de la casa y recorrerlos junto a su habitante por culpa de la sensible y hábil interpretación de Emilio Urberuaga, con sus guiños incluidos.

Iba a escribir sobre él, pero me topé con esta reseña de Villar Arellano en La tormenta en un vaso y creo que es mejor que lean lo que él escribe porque es lo que me hubiese gustado contar a mí.

Vayan, vayan a leer su reseña. Sobre todo, no dejen pasar la oportunidad de hacerse con el libro, aunque no haya niños a la vista; invéntense un vecino o un sobrino tercero si necesitan una excusa; ya lo agradecerán, ya.

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viernes, 29 de agosto de 2008

El difunto Matías Pascal (Lecturas veraniegas I)


Estamos en el paraíso mi familia y yo, entre montañas altas culminadas en picos que tienen todos los verdes posibles, en un valle por donde varios ríos se tuercen y se encuentran y se separan y vuelven a cruzarse o se hacen uno solo.

Tengo un libro en mis manos, así que mi hija mayor se acerca, ávida, y se agacha para poder ver de cuál se trata: «Luigi Pirandello, El difunto Matías Pascal, Traducción de Julio García, Nórdica Libros», puede leer en la cubierta. Me mira como preguntándome. Yo espero a que se siente y, en voz alta, leo:

I PRIMERA PREMISA
Una de las pocas cosas, es más, tal vez la única que yo sabía con certeza era esta: que me llamaba Matías Pascal. Y me aprovechaba de ello. De vez en cuando, alguno de mis amigos o conocidos demostraba haber perdido el juicio hasta el punto de venir a verme para pedirme algún consejo o sugerencia; yo me encogía de hombros, entornaba los ojos y respondía:

—Yo me llamo Matías Pascal.

—Gracias, amigo mío. Ya lo sabía.

—¿Y te parece poco?
Realmente tampoco a mí me parecía mucho, pero entonces ignoraba qué quería decir no saber ni siquiera esto, es decir, no poder contestar cuando hacía falta.
—Yo me llamo Matías Pascal. (p. 9)

Paro un poco y nos miramos; veo que le brillan los ojos y ya sé lo que vendrá a continuación: «¿Me lo dejas cuando lo termines?» «Pues claro», le digo, «¿Quieres oír un trozo más con el mismo humor?» Y se queda atenta y callada. Y yo le leo la «SEGUNDA PREMISA (FILOSÓFICA) A MODO DE JUSTIFICACIÓN» (pp. 13-17). Las dos nos hemos reído y hemos disfrutado y días después, cuando Marta me pregunta qué tal estaba el libro, y por qué apostillaba filosófica, le digo que realmente en ese diálogo estupendo entre Pellegrinotto y Matías Pascal, en la unión absurda de dos libros tan dispares como el tratado licencioso y la biografía del beato, en eso casi se resume la filosofía del libro: el absurdo, el hombre, la vida, la narración de todo ello; sí, muy importante, la narración, el arte, el arte dando la palabra al absurdo de la vida. No en vano a partir de las reediciones tras la publicación de un artículo de Pirandello en 1921, este se incorporó al libro, al final: «Advertencia sobre los escrúpulos de la fantasía» (pp. 319-328).

Todos conocemos las consecuencias de las innovaciones de Pirandello en la literatura, todos sabemos que la introspección psicológica en los personajes cambia la narración costumbrista y la dota de alas para ir más allá, para ir dentro del hombre y relacionar los hechos con su conciencia, pero El difunto Matías Pascal es, aparte de un tratado de filosofía y de una poética, una reivindicación de que la carencia de leyes lógicas de la vida puede y debe expresarse en la literatura, de que la fantasía (o la ficción, diríamos ahora) se ve siempre superada por la realidad, con la consecuencia que para Pirandello tiene: no hay que hilar los hilos del tapiz del arte para que este sea equilibrado, sino caótico; todo lo admite. Aquí Nórdica ha tenido un gran acierto al introducir una ilustración al principio del libro: À la Mie [fragmento], Toulouse Lautrec (1891, Boston, Museum of Fine Arts). Esta ilustración hace algo parecido a lo que Pirandello hace con su artículo «Advertencia sobre los escrúpulos de la fantasía»: nos da la idea de que Tino Lenzi, el enano con el que el difunto Matías Pascal, convertido ya en Adriano Meis, está trabando amistad, no está tan lejos de la verdad como Adriano cree.

La historia en sí es la vida de Matías Pascal desde su nacimiento. Tras la muerte del padre, que deja a la familia (a Matías, su hermano y su madre) en manos del administrador, Malagna, la falta de escrúpulos de este y la poca preocupación de los tres herederos, pasan de ser los ricos a verse despojados de casi todo. Matías, además, se ve abocado a una boda impuesta por Malagna y pronto se encuentra viviendo en casa de su suegra, una bruja, con una mujer que le hace también la vida imposible. Consigue el trabajo de bibliotecario en una biblioteca a la que no entra nadie, la única del pueblo. Solo el nacimiento de sus hijas le dará algo de felicidad. La primera muere a los pocos días de nacer, toda la ternura se vuelve entonces a la que queda hasta que muere antes de haber cumplido un año, el mismo día en que muere la madre de Matías.

Esa noche un molinero le coge asomado a la presa de la Stía, una de las pocas posesiones aún de la familia, y consigue calmarle.

Quinientas liras enviadas por su hermano y un viaje a Montecarlo, unas apuestas en el casino y Matías es rico sin saber ni cómo. En el tren de vuelta, lee un periódico y, de pronto, ve la noticia de su suicidio. Sin saber muy bien qué hacer, baja del tren: en ese momento cambia su vida. Aunque de primeras pensaba poner un telegrama, por fin decide dejar muerto a Matías Pascal y empezar a vivir de cero: le cuesta encontrar su nuevo nombre, Adriano Meis.

Entonces comienza la libertad, la vida, o eso cree él.

Lo genial de El difunto Matías Pascal es el tono de humor que mantiene a lo largo de todo el libro, incluso en las partes más trágicas; como la vida misma, la tragedia clásica no tiene cabida (si el cielo de papel se rasga en la representación, Orestes pasa a ser Hamlet, nos dice un personaje, la tragedia clásica se vuelve tragedia moderna [pp. 185-186]). Nada es completamente puro, trágico o cómico: la tragicomedia de la vida, el absurdo de lo cotidiano, la fantasía de lo real... todo ello constituye una amalgama que ni la soledad de Adriano Meis, ni la corrección del ojo torcido van a poder evitar.

Pirandello fue un genio, sí, y además nos dejó un divertido trágico sentimiento de la vida y el arte. No se lo pierdan.

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viernes, 18 de julio de 2008

Cuando Faulkner escribió para una niña: El árbol de los deseos


Tengo, tenemos, supongo, la suerte de que nos gusten los libros de eso que se sigla LIJ (Literatura Infantil y Juvenil), que generalmente suele ser, como bien dice Darabuc muchas veces, más LI (Literatura Infantil) que LIJ, así que aunque mis hijas crezcan, y no vean ustedes lo rápido que crecen los niños propios, seguimos yendo en la librería y en la biblioteca a los estantes de LIJ y no se crean que nos vamos directas ya a la sección N-J (Narrativa-Juvenil), no, podemos pasarnos un buen rato entre los álbumes de «primeros lectores», que según la biblioteca o la colección editorial pueden ser los que tienen solo dibujos y texturas o los que traen pequeñas frases para los niños que, efectivamente, leen un poquito —no mucho, que cansa reconocer en esas cagaditas de mosca la representación de un sonido, y más aún cuando este cambia según vaya de la mano con uno u otro compañero: casa, cielo...

Como mi librera nos conoce, nos hemos ido conociendo y por eso ahora sí, ya es mi librera, el otro día me dijo que tenía uno que seguro que nos iba a gustar, El árbol de los deseos, de William Faulkner. «¿Anda, quién lo ha editado?», le pregunté esperando en su respuesta una editorial pequeña, de las que ahora sigo con interés. «Alfaguara, si no me confundo», me dijo. En efecto, no se confundía. El grupo Santillana es el responsable de esta edición.

El traductor es José Luis López Muñoz y el ilustrador es Mikel Mardones. No he visto la versión de Lumen de 1988 con traducción de Andrés Bosch e ilustraciones de Don Bolognese, de la que tengo noticia gracias a L. D. y su Bienvenidos a la fiesta (busquen en el índice de autores a Faulkner), así que no puedo comparar, pero esta edición tiene unas ilustraciones entre clásicas y expresionistas que la verdad es que casan muy bien con la fantasía onírica que relata «Bill», que «hizo / este libro / para su querida amiga / Victoria / en su octavo cumpleaños.»

No deja de haber, entre los sueños, rastros de la América sureña de Faulkner, como la doncella negra Alice, cuidando de sus polluelos los niños blancos, y «la escoria blanca» que por muy blanca que sea, Alice no aprueba que vaya con ellos porque «Seguro que a tu madre no le gustaría si lo supiera» (y es que en el sur de Faulkner hay racismo y clasismo hasta en los sueños de un niño). Pero la magia, traída por un misterioso Maurice, a causa del cumpleaños de Dulcie, la protagonista, y de lo que «hizo exactamente la noche de antes»: «Y si la noche de antes... —la miró con sus extraños ojos de motas doradas—, te acuestas con el pie izquierdo por delante y le das la vuelta a la almohada antes de dormirte, puede suceder cualquier cosa», la magia lo invade todo; claro que la magia tiene también sus propias reglas.

De la traducción tampoco puedo decir más que se disfruta del libro, y que, su comienzo ya, el despertar de Dulcie, está soberbiamente narrado:

Estaba aún dormida, pero sentía que se alzaba del sueño exactamente como un globo: como si fuera un pez de colores en una pecera de sueño, alzándose más y más a través de las tibias aguas del adormecimiento hasta la superficie. Y entonces se despertaría. Pero una vez despierta no abrió enseguida los ojos, sino que se quedó muy quieta y calentita en la cama, y era como si aún hubiera otro globito en su interior, cada vez más grande y que también se alzaba y se alzaba. Muy pronto le llegaría a la boca, saldría fuera y volaría hasta darse con el techo. El globo que tenía dentro creció y creció, e hizo que todo el cuerpo y los brazos le cosquillearan, como si acabara de comerse un caramelo de menta. «¿Qué puede ser?», se preguntó con los ojos bien cerrados, tratando de recordar qué había pasado el día de antes.

Quien quiera ir a buscar el árbol de los deseos, que se apunte a esta excursión, y si se encuentra con un simple árbol melomax, según el viejecito que ha tallado un gulipus, que tenga cuidado con lo que desea, por mucho que la comitiva siga buscando, hoja de melomax en mano, el consabido árbol de los deseos.

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viernes, 27 de junio de 2008

Nace Editorial Libro de Notas

Se habla del futuro del libro, de si el libro impreso, de si el e-book, de si los editores, de si los libreros, de si los distribuidores... y, mientras tanto, hay autores que se han percatado de que la edición en papel no es la meta, el final, el punto de llegada. Sí, es cierto, también se discute de ello en la red: para conseguir vender un libro en España, hay que mover dos, nos dicen en el VI Congreso de Editores de España, en un artículo aparecido en El País, «Malos tiempos para libreros y distribuidores», que recoge y comenta José Antonio Millán en La fuerza oculta del mundo del libro. La distribución, ah, ese gran aliado o esa ausencia que condena el libro al ostracismo. La librería, el librero, que, en la medida en que puede, decide mantener vivo al libro porque lo tiene en su fondo: «Nos hacen falta librerías de fondo; el libro no puede ser una mercancía que se repone cada quince o treinta días, pasados los cuales se convierte en espectro, en material desguazable, en blando cuello inocente para la guillotina. Los grandes perjudicados son, al cabo, los genuinos clientes.» (cita de Miguel García Posada, recogida en Con valor).

En Libro de Notas, el día 23 de este mes, echó a andar una iniciativa estupenda que intenta salvar estas deficiencias del mundo del libro —y otras, como el acceso a las obras, aquí bajo licencia Creative Commons; como el precio, ya que la descarga digital es gratuita o con donación voluntaria...— con la Editorial Libro de Notas, por ahora con tres libros en su colección Poesía LdN.

Bienvenido sea este proyecto; como dice Alber Vázquez, uno de los autores publicados, en su artículo «¿Por qué debo yo publicar mis poemarios en formato digital?»:

[...] Así que a mí ya no me cupo más duda. Me sigue pareciendo de cine el libro impreso de toda la vida. Pero me parece aún más de cine el libro digital. ¿Por qué? Porque está ahí, siempre a mano. Porque no cuesta nada y molesta bien poco. Y porque basta un poquito de suerte para ser mil veces más leído que de cualquier otra forma.

Y esa es la madre del cordero. La poesía, se pongan como se pongan algunos, es un formato que tolera bien el ecosistema digital. Mirad, yo no he sido capaz de leerme nunca una novela en la pantalla de un ordenador. De acuerdo, sí en una PDA y sí, seguramente, en cualquiera de esos dispositivos de tinta electrónica que están a punto de hacer su aparición.

Pero poemas en mi ordenador los he leído a manta. A miles, me atrevo a decir. Y me encanta hacerlo. ¿Sería mejor leerlos cómodamente tumbado en mi sofá? Pues sí, pero la cuestión no es esa. La cuestión es: ¿sería mejor leerlos en la pantalla de un ordenador (o en una impresión casera realizada con mi propia impresora) o no leerlos jamás de los jamases porque nunca habría tenido conocimiento de su existencia? Pues hala, que cada cual se responda a sí mismo.

Por eso estoy entusiasmado ante la aparición de esta nueva colección de libros de poemas en formato digital. Porque es exactamente lo que yo, como poeta, necesito: ¡que me lean, por Dios! Lo demás, todo lo demás, resulta irrelevante. De verdad.

Les dejo con Libro de Notas y con su presentación de la Editorial:

Libro de notas
lanza hoy la publicación de sus tres primeros libros. Se trata de un proyecto editorial que apuesta decididamente por la edición digital, aprovechando todas sus ventajas y conscientes de que es una aventura de futuro. Ayudándose de las herramientas y cualidades que para la creación, distribución y gestión ofrece internet, la editorial centra sus esfuerzos en ediciones que primen la lectura en pantalla, potenciando una maquetación y un diseño (obra de Óscar Villán) que exploten todas sus virtudes manteniendo una austeridad y sencillez que faciliten esa lectura. Y para la línea editorial nos avalan los más de ocho años que venimos trabajando en la selección y producción de textos de calidad.

También apostamos por el espíritu de la web 2.0: todos nuestros libros se publican con una licencia Creative Commons (Reconocimiento – No comercial – Sin obras derivadas) y se ofrecen para libre descarga, pidiendo que se apoye nuestra labor editorial y el trabajo de los autores —sólo en el caso de que haya gustado el libro— con una donación cuyo mínimo hemos fijado en un euro.

Para los que añoren la edición tradicional, pueden visitar nuestro sitio en Bubok, en donde encontrarán, en edición bajo demanda, los libros en papel de aquellos de nuestros autores que desean ofrecer esta alternativa.

Nos estrenamos con tres poemarios:

Los tres se inscriben en la colección Poesía LdN, cuya directora, María José Hernández Lloreda, nos presenta:

Está bien empezar la colección con tres de los mejores poetas actuales. Tres autores que comparten lo que para mí hace que algo sea de verdad poesía: el dominio del lenguaje, con tres registros muy diferentes. Francisco: la reflexión sobre el mundo; Marcos: el mundo como un observador de los pequeños detalles; Alber: el mundo desde el instinto.

Sabemos que no cualquier cosa está al alcance de cualquiera, ni como creador ni como espectador. Así que ésta es una colección “No para cualquiera”. De igual forma que el Everest no se escala sin más, para poder disfrutar de estos libros son necesarias dos cosas: ciertas cualidades personales y una preparación a conciencia. Por eso, como todo en la vida, esta colección está dirigida a aquellos lectores de poesía que, habituados a las grandes escaladas, puedan sentir que están de nuevo en la cima.

Pasen y lean. Gracias.

23 de junio de 2008

Que lleguen muchos más y que la editorial se abra un camino en este loco loco mundo del libro. Libro de Notas se lo merece.

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martes, 10 de junio de 2008

Luis Miguel Díaz firma en Rivas


Luis Miguel Díaz publicó su primera novela, Numen Divino, en el año 2007 en la Editorial Alhulia. Ahora tendremos el placer de verlo y charlar con él en Rivas Vaciamadrid, el día 14 de junio, este mismo sábado, a partir de las 18 h, en la librería Espacio lector Nobel.

Esta librería ha sido una isla en mitad del desierto que se presentaba en esta zona, solo paliado por la librería La Cigüeña (en Covibar, Pza. de Rafael Alberti, n.º 9), otra librería maravillosa donde el matrimonio que la lleva realmente entiende de libros y aconsejan y te encargan lo que pides si no lo tienes.

Bueno, pues la librería Espacio lector Nobel tiene una librera, Sara Badía, que no es la dueña, pero que sí se encarga de bregar con los distribuidores y con nosotros los lectores y que es una maravillosa consejera y una enamorada de los libros y de la lectura (y una doctorada en Historia y Teoría del Arte, y especialista en Jean Laurent). Sara hace que uno se olvide de que está comprando en una franquicia de una gran cadena: el trato es el de una librería de las de siempre, exquisito, personal, con interés real por lo que el lector pide y lo que opina.

La librería tiene, además, espacio para tener libros y libros expuestos y al alcance de los chicos y de los no tan chicos, y paciencia para que los que gustamos de perdernos entre las páginas y mirar y volver a mirar lo hagamos tranquilamente.

Con iniciativas como la firma y presentación de libros y encuentros de autores con los lectores (ya ha habido alguna otra), seguro que esta librería se confirmará como uno de los centros de animación a la lectura por parte de la iniciativa privada.

Yo estaré allí el 14 de junio a ver si Luis Miguel me firma de nuevo mi libro. Ah, y viene un poeta y rapsoda, Daniel Ángel Sánchez, para hacernos disfrutar aún más.

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miércoles, 4 de junio de 2008

Contexto de editores

tarjeta presentación Contexto
Ayer tuve el placer de asistir a la presentación en sociedad de la asociación editorial Contexto —en la estupenda librería café La buena Vida; qué quieren, uno de mis sueños es montar una librería café cuando sea mayor—, en la que se han unido las estupendas editoriales Libros del Asteroide, Barataria, Global Rhythm, Impedimenta, Nórdica, Periférica y Sexto Piso (en este orden, cuasi alfabético, aparecen en su primera publicación). Allí estaban Luis Solano, Carola Moreno, Julián Viñuales, Enrique Redel, Diego Moreno, Julián Rodríguez y Santiago Tobón: editores de las respectivas editoriales, editoriales que se ubican en Barcelona, Madrid, Sevilla y Cáceres.

Los dos primeros resultados de esta unión más a la vista son la caseta n.º 161 en la Feria del Libro de Madrid, donde se han unido para vender y presentar sus libros, y la publicación de la revista Contexto: Nuevos editores para nuevos tiempos, cuyo n.º 1 está disponible ya en la misma Feria —allí se repartirán 6 000 ejemplares, de los 40 000 que han editado—. La revista la editan en consenso: por ahora son dieciséis páginas, en las que, en una podemos encontrar las novedades de una editorial y en la otra, un artículo, entrevista o antología que se relaciona con la editorial en cuestión, ya sea porque esté en proyecto un libro de este autor o sobre este autor(p. 14, el artículo de Vila-Matas, porque Sexto Piso publicará un libro suyo en breve), o se acabe de editar (p. 6, fragmentos de la entrevista a Dylan, por su libro Dylan sobre Dylan. 31 entrevistas memorables; p. 8, fragmento de Así habló Lem, por El hospital de la transfiguración, Stanislaw Lem), etc. La publicación del contenido de esta página de añadido cultural parece que se decide en consenso entre todos los editores que eligen entre las varias propuestas del editor.

¿Y por qué quieren publicar una revista los editores destinada al público? La revista tiene una tirada de 40 000 ejemplares, de los que 30 000 se distribuirán en librerías, y los demás, quitando los 6 000 que se van a dar en la Feria, se distribuyen entre bibliotecas y medios de comunicación. Ayer, Julián Rodríguez, editor de Periférica, que hablaba en nombre de todos los demás que allí estaban, respaldando el proyecto con ilusión, nos contaba que querían tener su propio vehículo sin intermediarios del editor al lector, al librero, al bibliotecario, al periodista. Que la caseta común y la revista eran un punto de partida y un punto de llegada.

Un punto de llegada de unos editores que ya trabajaban muchas veces juntos, compartiendo recursos, facilitándose nombres de traductores, viajando juntos, intercambiando ideas... Aquí añadía que había sido muy importante para el grupo la experiencia que aportaban los más veteranos: Carola Moreno, de Barataria, y Enrique Redel, de Impedimenta. Un punto de partida de unos editores que comparten la visión del oficio de la edición, dijo Enrique Redel en nombre de todos cuando se preguntó al respecto; y Diego Moreno, de Nórdica, completó: comparten la visión del oficio del editor y el cuidado y la importancia de los oficios del libro: el editor, el autor, el traductor, el corrector, el ilustrador, el encuadernador...

Con esto volvíamos al principio de la presentación: Contexto quiere ser entendido en el sentido de gremio, gremio como seno en el interior de las cosas, tal como empezó explicándonoslo Julián Rodríguez. Es esta unión de fondo, aunque los catálogos sean tan dispares, esta visión y esta postura editorial la que les hace haber estado unidos hasta el punto de haberse planteado materializar esta unión en Contexto, para poder expresarse en esa página de contenido cultural, sin intermediarios, para poder, juntos, tener una difusión mucho más acorde con sus ideas.

En un futuro, este punto de partida tiene previsto realizar seminarios y encuentros. ¿Con quién? Sus intereses principales, que no los únicos, son realizar encuentros sectoriales con bibliotecarios y encuentros con otros editores: editores independientes como ellos —alguien me dijo, no sin gracia y sin razón, que aquí el único editor independiente era Planeta, ja, ja; bueno, si independencia quiere decir dinero...—, grandes grupos y editores extranjeros.

Si ustedes no tienen ocasión de ir a la Feria y quieren bajarse en .pdf el primer número de la revista, y en el futuro enterarse de esos encuentros y seminarios, que sepan que Contexto ya tiene sitio web.

Yo, lo que sí puedo contarles es que esos editores tienen en común una sensibilidad y una manera de entender la edición que se refleja en sus libros. Y tienen en común, creo que son conscientes, al público que los lee: el que lee libros de Nórdica, lee también de Impedimenta, o de Libros del Asteroide, o de Periférica, o de Sexto Piso, o de Barataria, o de Global Rhythm. Y sin embargo, no son competencia desleal, sino una asociación de nuevos editores para los nuevos tiempos que corren. Esperamos que Contexto vaya hacia delante con todo el empuje de sus editores y del equipo que les rodea.

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viernes, 30 de mayo de 2008

Tirando del hilo de la bola de la ortografía

Leí hace unos días una entrada de Juan Julián Melero, en su Atalaya: desde la tela de araña: ¿Importa la ortografía? Él escribe sobre el problema que les llega a la universidad, en concreto, a tercer curso de carrera y llega a una conclusión bastante lógica —aunque eso sí, la deja abierta, por si alguien tuviera una respuesta mejor—: «al final no queda sino preguntarse si realmente la ortografía sirve de algo. Porque realmente las prácticas no están tan mal; si un alumno no usa ni un acento pero te pone correctamente el contenido puntuable de la práctica, no vas a enmendar tú 6 años de ESO+Bachillerato en 3º de carrera». No, claro que no, no es la universidad la responsable de que los estudiantes utilicen las herramientas más básicas. A nadie se le ocurriría enseñarles que a la hora de tener en cuenta el valor de un número las cifras que van tras la coma son decimales y no valen lo mismo que antes de ella, en 3.º de carrera, ¿no?

Entonces todos pensamos que el problema se ha generado antes. Pero si nos vamos al Bachillerato, nos encontramos en una situación similar: la ortografía es una herramienta ya superada. Gente que estudia literatura y que, tras analizar las características de un texto dado, es capaz de atribuirlo a una época o un autor, está claro que se expresa de manera sobrada en esa lengua, y que la ortografía no debiera ser un problema para ellos.

Y, sin embargo, lo es.

También aparece ese problema en la ESO, y en Primaria. Ah, ya casi llegamos.

El otro día tuve una reunión con la profesora de una de mis hijas, la menor, que está en 5.º de Primaria. Me comentaba que se habían reunido los profesores de 5.º y 6.º con los profesores de instituto y estos les habían dicho, grosso modo, que lo que les interesaba realmente que les enseñaran a los chicos era: 1. que leyesen un texto de cualquier tipo y lo entendiesen (incluidas las preguntas de los exámenes), 2. que supiesen expresarse por escrito con frases completas, 3. que supiesen distinguir qué conceptos eran importantes y cuáles secundarios y que supiesen estructurarlo, y 4. que no cometiesen faltas de ortografía. Parece ser que en 5.º de Primaria (si ustedes no lo saben se corresponde con lo que era 5.º de EGB), los chicos aún no dominan estas cosas; pero el problema es que los profesores de instituto ven que tampoco lo dominan en 1.º o 2.º de la ESO, que es lo que antes era 7.º y 8.º de EGB, y por eso reclaman a los profesores de Primaria que se lo enseñen bien a los niños.

La profesora de mi hija les insiste, al parecer, e incluso pone en la pizarra unas simples normas que seguir a la hora de hacer el examen y que esán ahí, a la vista, durante el desarrollo de este: «Contestamos con frases completas. Comenzamos la frase con mayúscula. Terminamos la frase con un punto. Revisamos la ortografía…»

Sin embargo, a la hora de asistir a clase, en Primaria, por lo general, la realidad es muy distinta. Los niños no suelen tomar apuntes, sino marcar con un marcador (amarillo fosforito, azul, rosa… ahora los hay de todos los colores) lo que en el libro el profesor les dice que es más importante. En el mismo libro hay, tras el tema, un esquema realizado por la editorial o el equipo pedagógico de esta. Pues menuda pedagogía.

La pedagogía de las editoriales de los libros de texto va aún más allá: los ejercicios que vienen, no en cuadernillo aparte, sino en el mismo libro, son de este tipo: «Rellena los blancos», «Une con flechas las frases, o la frase y el concepto que define, o la imagen y la frase que mejor se adecúa…», «Contesta verdadero (V) o falso (F)…» ¿Ven ustedes alguna necesidad de que los niños utilicen frases completas? ¿Acaso el bebé que señala con el dedo las cosas y las consigue fácilmente y está todo el día encerrado en el parque rodeado de juguetes es el bebé que comienza a gatear y a hablar, a investigar por sí mismo?

Sé que hay profesores muy buenos y sé que problemas con la ortografía y la comprensión lectora los ha habido siempre. Pero negar la mayor, hacer oídos sordos a un problema que está engordando como una bola de nieve que cae ladera abajo es tan infantil como cerrar los ojos para hacer ver que no está. ¿Hasta cuándo vamos a ser tan ingenuos como para no hacer caso de las advertencias de los profesores, que ya no piden unos contenidos académicos mínimos, sino unas habilidades mínimas que antes poseía al menos el grueso del grupo? ¿Vamos a seguir echando la culpa a la baja formación de los padres? ¿Es que antes había más padres universitarios que ahora?

Quizá el sistema educativo deba replantearse volver a introducir viejos métodos como el dictado, la lectura en clase en voz alta, la explicación de la asignatura con el cuaderno y el lápiz o el bolígrafo (en vez de con el libro de texto en las manos), la elaboración de esquemas por parte de los alumnos, la exigencia de los resúmenes de determinadas explicaciones o de libros, etc., etc. Esto, claro, es más laborioso de hacer y de corregir que lo de verdadero o falso, y requiere que el profesor tenga tiempo para ello y no lleve una clase saturada, no se le haya quitado autoridad, no se le hayan atribuido tareas que no son las suyas, no se le encarguen asignaturas que tampoco son de su competencia.

Entonces, a lo mejor, nos daremos cuenta de que los niños tienen que estudiar y de que no todo se aprende jugando. Entonces, quizá, el hábito de estudio arraigue en los chicos en una edad temprana y no se nos frustren luego, a los trece, catorce o dieciséis años, cuando vean que el esfuerzo es un requisito para conseguir lo que se quiere, muchas veces, y que los resultados a corto plazo, esos que son los únicos aprendidos en el estudio del esquema del final del tema, o los únicos requeridos en la búsqueda en Google de, por ejemplo, “¿de qué está compuesto el cristal?” (cristal, resultado en wikipedia), esos resultados sin esfuerzo no conducen a nada, ni a aprender, ni a saber estudiar, ni a contentar a los mismos chicos si tienen verdadera curiosidad.

Quizá, también, las editoriales dejen de publicar esos caros libros de texto que nos cuestan unos doscientos euros por niño y comiencen a interactuar con las nuevas tecnologías y alguien se ocupe de verdad de enseñar a los chicos a buscar de forma inteligente en las distintas fuentes de las que disponen.

Ojalá el problema de la ortografía sirva como alarma de ese otro problema de no haberles enseñado a aprender, que subyace, y reaccionemos a tiempo.


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viernes, 16 de mayo de 2008

Bendita internet que nos acerca

[A modo de introducción:
De nuevo colabora la estupenda Pilar Chargoñia, con ayuda de Glenda Escajadillo, enviando un cuento de Juan Osorio Ruiz, que apareció en Quipu, proyecto de Gustavo Faverón Patriau. Proyecto, que, por cierto, vi nacer, primero como sección de su estupendo blog Puente Aéreo (donde intentó dar cabida a muchas narraciones de autores peruanos no conocidos que le llegaban), luego ya en sitio independiente: «La cantidad de cosas recibidas ha desbordado un poco mi capacidad de procesarlas y publicarlas. Les puse como avance, hace días, un cuento de Michael Wilson Reginato. Ahora he decidido no confundir esas colaboraciones con el cuerpo habitual de Puente Aéreo, y publicarlas, más bien, en el espacio que ya tengo habilitado desde hace tiempo: el del blog Quipu
Como dice Pilar, bendita internet; cruzamos el charco como si de un charquito se tratara. Qué quieren, eso ayuda. Al menos a mí, que a veces me vuelvo loca para encontrar aquí libros de autores de allá (bendita internet, maldita distribución).
Les dejo con ellos.]

Dice Glenda Escajadillo Gallegos, arqueóloga y correctora (desde Perú), que Quipu es un proyecto editorial nacido por iniciativa de Gustavo Faverón, ex alumno de la Pontificia Universidad Católica del Perú, al que se han sumado otros blogs. Dice Glenda que con el proyecto se trata de dar a conocer a autores peruanos inéditos, especialmente provincianos, aquellos que difícilmente llegarán a los circuitos editoriales. Dice Glenda que le gustó este cuento y que por eso lo envía; acota que sus papás son ayacuchanos y que han traducido las palabras de la bisabuela: «Ya me estoy yendo, y tú estás (o estarás) bien».

Digo yo (Pilar, desde Uruguay) que el cuento y los comentarios de Glenda son dignos del blog de Ana Lorenzo (España). Sin más comentarios por mi parte, ahí se lo reenvío.

Esto es posible gracias a internet, bendita sea.

Juan Osorio Ruiz escribe un cuento sobre una bisabuela. Con sensibilidad y altura —con amor—, nos acerca un personaje con una sabia actitud ante la vida.

Los comentarios expresados por los lectores en el blog de Gustavo Faverón no le hacen justicia. ¿Estructura débil?, ¿indigenismo?, ¿cliché? No. Es un cuento digno, de rescate de valores familiares, bien estructurado y de lenguaje rico. Júzguenlo ustedes mismos.

Ripucuchcaniñam ccamña allimlla

Juan Osorio Ruiz

Mi bisabuela llegó desde Huancavelica unos meses después de la muerte de mamá, a mitad de una tarde en la que las ventanas lagañosas impregnaban de frío la sala de mi casa. Llegó del brazo de mi padre, su nieto, envuelta en sus innumerables polleras, luciendo un sombrero gris decorado con coquetos ribetes rojos, saludándonos con tiernas frases quechuas llenas de diminutivos y con una minúscula maletita en la que traía todo lo que necesitaba: una que otra prenda de ropa, una bolsita con menjunjes que solo ella sabía utilizar y el álbum de fotos familiares de contenido casi arqueológico.

Una vez instalada en la que era hasta entonces mi habitación, mi padre nos convocó a mis hermanas y a mí para pedirnos estar siempre solícitos y atentos con ella por lo avanzado de su edad. Sin embargo, pronto descubrimos que mi bisabuela tenía la rara cualidad de anticiparse a todo, y a todos: se levantaba muy temprano y con el caminar propio de quien ha comprendido que hay un momento en la vida a partir del cual toda prisa es inútil, pues todo plazo se vence y toda prerrogativa se acaba, se dirigía a la cocina a preparar el más viscoso y más delicioso quáker con leche del mundo. Y antes de que cualquiera de nosotros dijera «Buenos días abuelita» ya estaba ella disponiendo las ollas y cortando las verduras en trocitos de exactitud matemática para prepararnos el almuerzo. Y mientras se cocían las verduras y echaban color los guisos, se sentaba al lado de la cocina a gas, que desdeñaba en un comienzo, a saborear sus trocitos de pan remojados en quáker con leche, haciendo largas pausas y dando mordiscos suaves y periódicos, cual sacerdote en ofrenda eucarística, con una parsimonia que no era producto de la disminución de sus fuerzas, sino de su sabia actitud ante la vida.

Mi abuelo, su hijo, había llegado también a nuestra casa un mes antes a insistencia de mi padre pues los muchos años de bohemia le estaban pasando factura (intereses moratorios incluidos) y aunque a regañadientes, había sido internado en una clínica cercana donde tratarían de curarlo. No había pasado ni una semana desde la llegada de mi bisabuela cuando recibimos la noticia de que los riñones de mi abuelo habían dejado de funcionar. Tras una corta agonía falleció por insuficiencia renal.

Dicen que mi bisabuela había criado a mi padre, su nieto, a mi abuelo, su hijo; había cuidado también de su esposo, mi bisabuelo, y desde muy corta edad, se había encargado de la atención de su padre, mi tatarabuelo. A la luz de los resultados, su caprichosa buena salud no había sido un don tan preciado pues mientras los eslabones más antiguos de esa cadena interminable que es una familia, se habían ido muriendo, a ella le había tocado en suerte mantenerse a pie firme sosteniendo la cadena, sepultando a los más antiguos, y cuidando de los más jóvenes sin emitir queja alguna.

Al contrario de lo que todos pensábamos, la partida de su hijo, mi abuelo, no la afectó demasiado, parecía siempre encontrarse de buen ánimo, excepto algunas mañanas muy temprano, cuando yo la sorprendía sentada en el jardín interior de la casa, con la mirada perdida y hablando sola con ese tonito arrullador que solo la gente de la sierra es capaz de pronunciar, delicioso, melancólico y musical.

A partir de la muerte de mi abuelo fuimos nosotros, sus bisnietos, los destinatarios de toda su atención; sus mimos se hicieron más prolíficos, sus comidas más reconfortantes, las conversaciones en quechua con mi padre fueron más subliminales a mis oídos y los tejidos de tupida lana con los que nos enfundaba para soportar el frío serrano no tuvieron comparación.
Pero pronto la acrobática economía familiar fue ensombreciendo nuestro cómodo chalet como se oscurecen las tardes antes de una severa granizada. Mi padre era un policía ejemplar pero un pésimo negociante. Y si bien al comienzo no todo el dinero se perdió en las dislocadas empresas que iniciaba, su soledad terminó deprimiéndolo y conduciéndonos a todos a los linderos de la ruina.

Así pasaron varios meses en los que algo fue cambiando en casa. A medida que mi padre se sumía en más deudas, los cariños de mi bisabuela fueron adquiriendo una dimensión distinta, aunque se mostraba excesivamente maternal, nosotros ya estábamos bastante crecidos como para aceptarla como reemplazante de nuestra madre. Aunque no era su culpa, había llegado a nuestra casa demasiado tarde, a destiempo. Así que pronto sus cariños nos hostigaron, sus comidas perdieron el encanto y hasta mis hermanas prefirieron enfrentar al frío invierno en los brazos de algún adolescente oportunista y ya no con las chompas de lana tejidas por mi bisabuela.
Entonces ella, silenciosa y discreta, no hacía mayor cosa que acurrucarse al lado de la cocina a gas, que ya no desdeñaba tanto, inquebrantable en su intención de confeccionar innumerables prendas de lana con la esperanza de que alguna vez volviéramos a usarlas.

Así, nuestra anciana huésped fue paulatinamente convirtiéndose en un mueble confinado en un rincón de la cocina, aferrada a sus costumbres e imposibilitada de comunicarse con nosotros por las distancias del idioma y las insalvables brechas abiertas por el tiempo y las circunstancias.
Aquella noche mi padre había llegado borracho a casa y mi bisabuela, diligente como siempre, le había servido una gran taza de café cargado, lo había llevado hasta su dormitorio y le había intentado quitar los zapatos antes de recostarlo en su cama. Mi padre, obnubilado por el alcohol, se había empecinado en dormir con los zapatos puestos, algo que para mi abuela era inaceptable. «Déjame tranquilo, que tú no eres ni mi esposa, ni mi madre», le había imprecado. Tras una pausa prolongada, ella solo llegó a decir: «Ripucuchcaniñam ccamña allimlla» y en silencio se retiró a su habitación.

A la mañana siguiente, cuando me levanté, encontré ropas tiradas a lo largo del oscuro pasadizo que conducía al jardín interior; allí, junto a la puerta, se encontraba mi bisabuela sentada en una diminuta banca que se ahogaba entre sus polleras, cortando con unas viejas tijeras la última chompa que había tejido con incansable esmero. Sus labios susurraban una cancioncilla medio triste y medio dulce que me pareció reconocer, quizá de algún tiempo remoto en el que yo aún no existía.

Caminé hasta colocarme junto a ella, sus delicadas manos soltaron las tijeras y me acomodaron el cabello dándome luego la usual nalgadita convertida en caricia. «Ripucuchcaniñam ccamña allimlla, huahua», me dijo a mí también. A pesar de no entender el significado de aquella frase impronunciable para mí, supuse que quería que la dejara sola. Mientras ella retomaba sus insondables pensamientos me escabullí hasta el umbral de mi dormitorio desde donde todavía podía verla. Su canción terminó unos minutos después para dar paso a un silbido entonado, alternado con gorgoritos deliciosos que me hicieron sonreír. Y con toda calma, como la había visto desde su llegada, se levantó y caminó hasta su cuarto, abrió aquella diminuta maleta con la que había arribado, sacó las fotos que guardaba celosamente y las puso en su velador, en su lugar introdujo los retazos de las prendas de lana que había cortado; la cerró sin prisa, la puso debajo de su cama y se acostó.

La mañana estaba sorprendentemente quieta y tibia, las paredes verde pastel de su habitación hacían ver su cuerpo más pequeño y más distante. Alguna avecilla dejaba oír su trinar en el preciso instante en el que comprendí lo que sucedería después.
Con la mirada incrustada en el techo se persignó juntando sus manos, rezó con ese repetido susurro algodonoso y cuando hubo terminado se persignó, tomó la colcha que le llegaba hasta la cintura y se cubrió el cuerpo y luego el rostro, hasta quedar en la posición exacta en la que quedan los muertos. Y luego partió, partió en busca de la muerte que la había dejado olvidada en mi casa.

*

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jueves, 8 de mayo de 2008

Más que una parodia o La boca pobre

Cubierta de La boca pobre, N&acuteo;rdica Libros

Hay parodias que son geniales, y lo son hasta el punto de que se hacen obras que van mucho más allá de lo parodiado y se disfrutan tal cual, sin necesidad alguna de hacerse uno con un bagaje cultural específico previo con el que comparar. Se alzan, espléndidas y autónomas, con sus propios valores literarios, y alcanzan épocas y público donde no llegarían, si no es por ellas, las obras o ideas que las motivaron. Siempre se pone de ejemplo El Quijote, y es cierto que no tenemos por qué haber leído los típicos libros de caballería para disfrutarlo. Cándido, de Voltaire, es otra genialidad para reírse a gusto, y no nos exige conocer la idea que tenían de la filosofía de Leibniz en aquella época (bastante simplista, todo hay que decirlo) para seguir las aventuras del tenaz optimista y su maestro Pangloss. No quiere decir, sin embargo, que los autores de estas obras, como tampoco Flann O'Brien, desprecien todos los libros o ideas que parodian: de hecho, admiran mucho de lo que traen a colación aunque haya otros aspectos u obras que no les convenzan.

La boca pobre, de Flann O'Brien, les hará reír también, hayan leído ustedes o no los libros típicos irlandeses escritos en gaélico a los que remite y parodia, como muy bien dice el traductor de esta edición Antonio Rivero Taravillo en la presentación. Así que, adelante, no le tengan miedo, que es una joya para disfrutar. Si quieren y son amantes de la lengua y de la historia, si dominan además las distintas variedades de gaélico, léanla en su lengua original. Si no es así, disfruten de la novela en esta edición de Nórdica Libros, a la que hay que agradecer el que haya rescatado a este autor para el mundo hispanohablante (una pequeña digresión: ¿por qué no les venden también los derechos de At Swim-Two-Birds, imposible de encontrar en castellano, con lista de espera para la edición de Edhasa En nadar dos pájaros en los libreros de viejo? ¿Alguien no edita o no reimprime e impide que se edite este libro con alguna intención que a mí se me escapa? Fin de la digresión); con las pistas que nos da el traductor y con lo que todos, quien más, quien menos, hemos oído o leído sobre «el tópico irlandés», en películas o libros ingleses, tendremos bastante.

Desde los prólogos hasta el final, el libro es un prodigio de imaginación, cautivándonos con las exageraciones que convierten en hilarante aquello que podría haber sido digno de lástima. ¿Cómo sentir pena por un pueblo «peculiar[es], [...] que se va apagando como enmohecido idioma gaélico, que está con más frecuencia en sus bocas que un poco de comida» y cuya «gente joven pone la vista en Siberia esperando de ella un clima más benigno que los libre del frío y las tempestades que siempre han conocido» (p. 29)? ¿Y lo de «Es motivo de alegría que el autor, Bonaparte Ó Cúnasa, esté aún hoy con vida, a salvo en la cárcel y libre de las miserias del mundo» (p. 28)? El prólogo nos da ya el pulso de la narración: si el clima es peor que el de Siberia, si en la cárcel se está mejor que libre, ¡cómo ha de ser el mundo para un gaélico! Antes le llega a uno la risa que la pena.

Y es que a un gaélico hasta la riqueza se le vuelve miseria: «Sí, la gente vivía pobremente en la época de mi niñez, y aquel que tenía muchos bienes y ganado, por la noche no tenía espacio para sí mismo en su propia casa. Ay, así ha sido siempre. A menudo oía referir al Viejo Canoso las penalidades y miserias de la vida de antaño. [...]
—Otra noche vino un caballero, un inspector de enseñanza que se había extraviado con la bruma del pantano y que había ido a parar a la entrada del valle.»
El tal caballero, se espanta de ver cómo duermen hombres y bestias juntos en las casas. Les da la idea de hacer un cobertizo, separado de la casa. Los gaélicos de Corca Dorcha del tiempo del Viejo Canoso alaban la sugerencia y llevan a cabo el plan. «Pero, ay, las cosas no son siempre como uno imagina. Cuando mi abuela, dos hermanos míos y yo mismo llevábamos dos noches en el cobertizo, estábamos tan helados y profundamente empapados que fue un milagro que no desapareciéramos para siempre; y no encontramos alivio hasta que regresamos a nuestra propia casa y estuvimos de nuevo confortablemente instalados entre el ganado. Así hemos estado desde entonces, de la misma forma que cualquier pobrecito irlandés a este lado del país» (pp. 38-39), termina de narrar con lógica gaélica el Viejo a Bonaparte.

Así, desde su nacimiento —«[n]ací con muy poca edad (ni siquiera había cumplido un día); hasta pasado medio año no comprendí nada de mi entorno ni pude distinguir a unas personas de otras. Pero la inteligencia y el entendimiento llegan a su paso, lenta e imperceptiblemente, a cada criatura; y ese año lo pasé tumbado sobre mis espaldas, posando la vista aquí y allá en todo lo que tenía a mi alrededor» (p. 33)—, la miserable vida de Bonaparte en Corca Dorcha va siéndonos descrita en primera persona, con todos los tópicos habidos y por haber elevados a la enésima potencia. Si añadimos a esto la excelente imaginación del autor, que algunos de ustedes quizá hayan podido disfrutar en El tercer policía o en Crónica de Dalkey (2 y 4 respectivamente de la colección Otras Latitudes en esta misma editorial), tendrán un resultado maravilloso, con escenas y relatos que por sí solos merecerían la lectura del libro, con personajes e ideas que si solo pueden ubicarse en Corca Dorcha, la cuna de la miseria genuinamente gaélica, de la lengua genuinamente gaélica, de la vida genuinamente gaélica (que ya se sabe que más que vida es peor que la muerte) hacen de esta tierra imaginaria un universo literario que, en cambio, más que genuinamente gaélico, se convierte en un referente universal, donde un Bonaparte bastante cándido —en el doble sentido de la palabra—, a pesar de convivir con el espabilado abuelo Viejo Canoso, llegará a sorprendernos al tomar él solito una iniciativa para terminar con ese destino gaélico que, un día, comienza a antojársele injusto. Pero, qué inútil es tratar de ir contra el destino. Sobre todo, contra el destino gaélico.

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viernes, 25 de abril de 2008

Crudo relato de los tiempos actuales, por Pilar Chargoñia

Hoy tenemos invitados: les dejo con Pilar Chargoñia, una amiga y una excelente lectora, correctora y escritora.



Crudo relato de los tiempos actuales

Uno de los libros que cambió mi percepción de la literatura cuando ya creía que eso no era posible, que ya reconocía mi familia literaria y etcétera, fue Feliz Ano Novo, de Rubem Fonseca, cuentos, editado en portugués por Compañía de las Letras, 2.ª ed., 6.ª reimpr., San Pablo, 1989. Se publicó en 1975 y estuvo prohibido durante muchos años. Es lectura para mentes abiertas y literariamente exigentes. Simplificando las cosas: una mirada profunda sobre Brasil y sus choques de opuestos sociales. En el conjunto de cuentos de este libro, quince en total, destaca el que da nombre a la obra.

Al final de la trascripción en portugués de Brasil está la traducción que hicimos con mi marido. Nos costó un triunfo traducir la jerga callejera de los delincuentes a un regionalismo de nuestra variedad rioplatense, no exactamente al lunfardo bonaerense sino a los términos propios de nuestro medio uruguayo, que incluyen también los brasilerismos incorporados en el lenguaje coloquial.

Pilar Chargoñia

(Montevideo, Uruguay)

Feliz Ano Novo

Rubem Fonseca

Vi na televisão que as lojas bacanas estavam vendendo adoidado roupas ricas para as madames vestirem no reveillon. Vi também que as casas de artigos finos para comer e beber tinham vendido todo o estoque.

Pereba, vou ter que esperar o dia raiar e apanhar cachaça, galinha morta e farofa dos macumbeiros.

Pereba entrou no banheiro e disse, que fedor.

Vai mijar noutro lugar, tô sem água.

Pereba saiu e foi mijar na escada.

Onde você afanou a TV, Pereba perguntou.

Afanei, porra nenhuma. Comprei. O recibo está bem em cima dela. Ô Pereba! você pensa que eu sou algum babaquara para ter coisa estarrada no meu cafofo?

Tô morrendo de fome, disse Pereba.

De manhã a gente enche a barriga com os despachos dos babalaôs, eu disse, só de sacanagem.

Não conte comigo, disse Pereba. Lembra-se do Crispim? Deu um bico numa macumba aqui na Borges de Medeiros, a perna ficou preta, cortaram no Miguel Couto e tá ele aí, fudidão, andando de muleta.

Pereba sempre foi supersticioso. Eu não. Tenho ginásio, sei ler, escrever e fazer raiz quadrada. Chuto a macumba que quiser.

Acendemos uns baseados e ficamos vendo a novela. Merda. Mudamos de canal, prum bang-bang, Outra bosta.

As madames granfas tão todas de roupa nova, vão entrar o ano novo dançando com os braços pro alto, já viu como as branquelas dançam? Levantam os braços pro alto, acho que é pra mostrar o sovaco, elas querem mesmo é mostrar a boceta mas não têm culhão e mostram o sovaco. Todas corneiam os maridos. Você sabia que a vida delas é dar a xoxota por aí?

Pena que não tão dando pra gente, disse Pereba. Ele falava devagar, gozador, cansado, doente.

Pereba, você não tem dentes, é vesgo, preto e pobre, você acha que as madames vão dar pra você? Ô Pereba, o máximo que você pode fazer é tocar uma punheta. Fecha os olhos e manda brasa.

Eu queria ser rico, sair da merda em que estava metido! Tanta gente rica e eu fudido.

Zequinha entrou na sala, viu Pereba tocando punheta e disse, que é isso Pereba?

Michou, michou, assim não é possível, disse Pereba.

Por que você não foi para o banheiro descascar sua bronha?, disse Zequinha.

No banheiro tá um fedor danado, disse Pereba. Tô sem água.

As mulheres aqui do conjunto não estão mais dando?, perguntou Zequinha.

Ele tava homenageando uma loura bacana, de vestido de baile e cheia de jóias.

Ela tava nua, disse Pereba.

Já vi que vocês tão na merda, disse Zequinha.

Ele tá querendo comer restos de Iemanjá, disse Pereba.

Brincadeira, eu disse. Afinal, eu e Zequinha tínhamos assaltado um supermercado no Leblon, não tinha dado muita grana, mas passamos um tempão em São Paulo na boca do lixo, bebendo e comendo as mulheres. A gente se respeitava.

Pra falar a verdade a maré também não tá boa pro meu lado, disse Zequinha. A barra tá pesada. Os homens não tão brincando, viu o que fizeram com o Bom Crioulo? Dezesseis tiros no quengo. Pegaram o Vevé e estrangularam. O Minhoca, porra! O Minhoca! crescemos juntos em Caxias, o cara era tão míope que não enxergava daqui até ali, e também era meio gago - pegaram ele e jogaram dentro do Guandu, todo arrebentado.

Pior foi com o Tripé. Tacaram fogo nele. Virou torresmo. Os homens não tão dando sopa, disse Pereba. E frango de macumba eu não como.

Depois de amanhã vocês vão ver. Vão ver o que?, perguntou Zequinha.

Só tô esperando o Lambreta chegar de São Paulo.

Porra, tu tá transando com o Lambreta?, disse Zequinha.

As ferramentas dele tão todas aqui.

Aqui!?, disse Zequinha. Você tá louco.

Eu ri.

Quais são os ferros que você tem?, perguntou Zequinha. Uma Thompson lata de goiabada, uma carabina doze, de cano serrado, e duas magnum.

Puta que pariu, disse Zequinha. E vocês montados nessa baba tão aqui tocando punheta?

Esperando o dia raiar para comer farofa de macumba, disse Pereba. Ele faria sucesso falando daquele jeito na TV, ia matar as pessoas de rir.

Fumamos. Esvaziamos uma pitu.

Posso ver o material?, disse Zequinha.

Descemos pelas escadas, o elevador não funcionava e fomos no apartamento de Dona Candinha. Batemos. A velha abriu a porta.

Dona Candinha, boa noite, vim apanhar aquele pacote.

O Lambreta já chegou?, disse a preta velha.

Já, eu disse, está lá em cima.

A velha trouxe o pacote, caminhando com esforço. O peso era demais para ela. Cuidado, meus filhos, ela disse.

Subimos pelas escadas e voltamos para o meu apartamento. Abri o pacote. Armei primeiro a lata de goiabada e dei pro Zequinha segurar. Me amarro nessa máquina, tarratátátátá!, disse Zequinha.

É antiga mas não falha, eu disse.

Zequinha pegou a magnum. Jóia, jóia, ele disse. Depois segurou a doze, colocou a culatra no ombro e disse: ainda dou um tiro com esta belezinha nos peitos de um tira, bem de perto, sabe como é, pra jogar o puto de costas na parede e deixar ele pregado lá.

Botamos tudo em cima da mesa e ficamos olhando. Fumamos mais um pouco.

Quando é que vocês vão usar o material?, disse Zequinha.

Dia 2. Vamos estourar um banco na Penha. O Lambreta quer fazer o primeiro gol do ano.

Ele é um cara vaidoso, disse Zequinha.

É vaidoso mas merece. Já trabalhou em São Paulo, Curitiba, Florianópolis, Porto Alegre, Vitória, Niterói, pra não falar aqui no Rio. Mais de trinta bancos.

É, mas dizem que ele dá o bozó, disse Zequinha.

Não sei se dá, nem tenho peito de perguntar. Pra cima de mim nunca veio com frescuras.

Você já viu ele com mulher?, disse Zequinha.

Não, nunca vi. Sei lá, pode ser verdade, mas que importa?

Homem não deve dar o cu. Ainda mais um cara importante como o Lambreta, disse Zequinha.

Cara importante faz o que quer, eu disse.

É verdade, disse Zequinha.

Ficamos calados, fumando.

Os ferros na mão e a gente nada, disse Zequinha.

O material é do Lambreta. E aonde é que a gente ia usar ele numa hora destas?

Zequinha chupou ar fingindo que tinha coisas entre os dentes. Acho que ele também estava com fome.

Eu tava pensando a gente invadir uma casa bacana que tá dando festa. O mulherio tá cheio de jóia e eu tenho um cara que compra tudo que eu levar. E os barbados tão cheios de grana na carteira. Você sabe que tem anel que vale cinco milhas e colar de quinze, nesse intruja que eu conheço? Ele paga na hora.

O fumo acabou. A cachaça também. Começou a chover. Lá se foi a tua farofa, disse Pereba.

Que casa? Você tem alguma em vista?

Não, mas tá cheio de casa de rico por aí. A gente puxa um carro e sai procurando.

Coloquei a lata de goiabada numa saca ele feira, junto com a munição. Dei uma magnum pro Pereba, outra pro Zequinha. Prendi a carabina no cinto, o cano para baixo e vesti uma capa. Apanhei três meias de mulher e uma tesoura. Vamos, eu disse.

Puxamos um Opala. Seguimos para os lados de São Conrado. Passamos várias casas que não davam pé, ou tavam muito perto da rua ou tinham gente demais. Até que achamos o lugar perfeito. Tinha na frente um jardim grande e a casa ficava lá no fundo, isolada. A gente ouvia barulho de música de carnaval, mas poucas vozes cantando. Botamos as meias na cara. Cortei com a tesoura os buracos dos olhos. Entramos pela porta principal.

Eles estavam bebendo e dançando num salão quando viram a gente.

É um assalto, gritei bem alto, para abafar o som da vitrola. Se vocês ficarem quietos ninguém se machuca. Você aí, apaga essa porra dessa vitrola!

Pereba e Zequinha foram procurar os empregados e vieram com três garções e duas cozinheiras. Deita todo mundo, eu disse.

Contei. Eram vinte e cinco pessoas. Todos deitados em silêncio, quietos, como se não estivessem sendo vistos nem vendo nada.

Tem mais alguém em casa?, eu perguntei.

Minha mãe. Ela está lá em cima no quarto. É uma senhora doente, disse uma mulher toda enfeitada, de vestido longo vermelho. Devia ser a dona da casa.

Crianças?

Estão em Cabo Frio, com os tios.

Gonçalves, vai lá em cima com a gordinha e traz a mãe dela.

Gonçalves?, disse Pereba.

É você mesmo. Tu não sabe mais o teu nome, ô burro? Pereba pegou a mulher e subiu as escadas.

Inocêncio, amarra os barbados.

Zequinha amarrou os caras usando cintos, fios de cortinas, fios de telefones, tudo que encontrou.

Revistamos os sujeitos. Muito pouca grana. Os putos estavam cheios de cartões de crédito e talões de cheques. Os relógios eram bons, de ouro e platina. Arrancamos as jóias das mulheres. Um bocado de ouro e brilhante. Botamos tudo na saca.

Pereba desceu as escadas sozinho.

Cadê as mulheres?, eu disse.

Engrossaram e eu tive que botar respeito.

Subi. A gordinha estava na cama, as roupas rasgadas, a língua de fora. Mortinha. Pra que ficou de flozô e não deu logo? O Pereba tava atrasado. Além de fudida, mal paga. Limpei as jóias. A velha tava no corredor, caída no chão. Também tinha batido as botas. Toda penteada, aquele cabelão armado, pintado de louro, de roupa nova, rosto encarquilhado, esperando o ano novo, mas já tava mais pra lá do que pra cá. Acho que morreu de susto. Arranquei os colares, broches e anéis. Tinha um anel que não saía. Com nojo, molhei de saliva o dedo da velha, mas mesmo assim o anel não saía. Fiquei puto e dei uma dentada, arrancando o dedo dela. Enfiei tudo dentro de uma fronha. O quarto da gordinha tinha as paredes forradas de couro. A banheira era um buraco quadrado grande de mármore branco, enfiado no chão. A parede toda de espelhos. Tudo perfumado. Voltei para o quarto, empurrei a gordinha para o chão, arrumei a colcha de cetim da cama com cuidado, ela ficou lisinha, brilhando. Tirei as calças e caguei em cima da colcha. Foi um alívio, muito legal. Depois limpei o cu na colcha, botei as calças e desci.

Vamos comer, eu disse, botando a fronha dentro da saca. Os homens e mulheres no chão estavam todos quietos e encagaçados, como carneirinhos. Para assustar ainda mais eu disse, o puto que se mexer eu estouro os miolos.

Então, de repente, um deles disse, calmamente, não se irritem, levem o que quiserem não faremos nada.

Fiquei olhando para ele. Usava um lenço de seda colorida em volta do pescoço.

Podem também comer e beber à vontade, ele disse.

Filha da puta. As bebidas, as comidas, as jóias, o dinheiro, tudo aquilo para eles era migalha. Tinham muito mais no banco. Para eles, nós não passávamos de três moscas no açucareiro.

Como é seu nome?

Maurício, ele disse.

Seu Maurício, o senhor quer se levantar, por favor?

Ele se levantou. Desamarrei os braços dele.

Muito obrigado, ele disse. Vê-se que o senhor é um homem educado, instruído. Os senhores podem ir embora, que não daremos queixa à polícia. Ele disse isso olhando para os outros, que estavam quietos apavorados no chão, e fazendo um gesto com as mãos abertas, como quem diz, calma minha gente, já levei este bunda suja no papo.

Inocêncio, você já acabou de comer? Me traz uma perna de peru dessas aí. Em cima de uma mesa tinha comida que dava para alimentar o presídio inteiro. Comi a perna de peru. Apanhei a carabina doze e carreguei os dois canos.

Seu Maurício, quer fazer o favor de chegar perto da parede? Ele se encostou na parede. Encostado não, não, uns dois metros de distância. Mais um pouquinho para cá. Aí. Muito obrigado.

Atirei bem no meio do peito dele, esvaziando os dois canos, aquele tremendo trovão. O impacto jogou o cara com força contra a parede. Ele foi escorregando lentamente e ficou sentado no chão. No peito dele tinha um buraco que dava para colocar um panetone.

Viu, não grudou o cara na parede, porra nenhuma.

Tem que ser na madeira, numa porta. Parede não dá, Zequinha disse.

Os caras deitados no chão estavam de olhos fechados, nem se mexiam. Não se ouvia nada, a não ser os arrotos do Pereba.

Você aí, levante-se, disse Zequinha. O sacana tinha escolhido um cara magrinho, de cabelos compridos.

Por favor, o sujeito disse, bem baixinho. Fica de costas para a parede, disse Zequinha.

Carreguei os dois canos da doze. Atira você, o coice dela machucou o meu ombro. Apóia bem a culatra senão ela te quebra a clavícula.

Vê como esse vai grudar. Zequinha atirou. O cara voou, os pés saíram do chão, foi bonito, como se ele tivesse dado um salto para trás. Bateu com estrondo na porta e ficou ali grudado. Foi pouco tempo, mas o corpo do cara ficou preso pelo chumbo grosso na madeira.

Eu não disse? Zequinha esfregou ó ombro dolorido. Esse canhão é foda.

Não vais comer uma bacana destas?, perguntou Pereba.

Não estou a fim. Tenho nojo dessas mulheres. Tô cagando pra elas. Só como mulher que eu gosto.

E você... Inocêncio?

Acho que vou papar aquela moreninha.

A garota tentou atrapalhar, mas Zequinha deu uns murros nos cornos dela, ela sossegou e ficou quieta, de olhos abertos, olhando para o teto, enquanto era executada no sofá.

Vamos embora, eu disse. Enchemos toalhas e fronhas com comidas e objetos.

Muito obrigado pela cooperação de todos, eu disse. Ninguém respondeu.

Saímos. Entramos no Opala e voltamos para casa.

Disse para o Pereba, larga o rodante numa rua deserta de Botafogo, pega um táxi e volta. Eu e Zequinha saltamos.

Este edifício está mesmo fudido, disse Zequinha, enquanto subíamos, com o material, pelas escadas imundas e arrebentadas.

Fudido mas é Zona Sul, perto da praia. Tás querendo que eu vá morar em Nilópolis?

Chegamos lá em cima cansados. Botei as ferramentas no pacote, as jóias e o dinheiro na saca e levei para o apartamento da preta velha.

Dona Candinha, eu disse, mostrando a saca, é coisa quente.

Pode deixar, meus filhos. Os homens aqui não vêm.

Subimos. Coloquei as garrafas e as comidas em cima de uma toalha no chão. Zequinha quis beber e eu não deixei. Vamos esperar o Pereba.

Quando o Pereba chegou, eu enchi os copos e disse, que o próximo ano seja melhor. Feliz Ano Novo.

*

Feliz Año Nuevo

Rubem Fonseca

Vi en la televisión que las tiendas pitucas estaban vendiendo a lo loco ropas caras para que las señoronas se vistieran en las fiestas. Vi también que las casas de artículos finos para comer y beber habían vendido todo el stock.

Pereba, voy a tener que esperar que amanezca y manotear caña, gallina muerta y farofa de los macumberos.

Pereba entró al baño y dijo, qué baranda.

Andá a mear a otro lugar, estoy sin agua.

Pereba salió y fue a mear en la escalera.

¿Dónde afanaste la tele?, preguntó Pereba.

No afané un carajo. Compré. El recibo está encima de ella. ¡Eh, Pereba!, ¿te pensás que soy un otario para tener cosas afanadas en mi bulín?

Me estoy muriendo de hambre, dijo Pereba.

De mañana llenamos la barriga con los despachos de los macumberos, dije sólo por joder.

No contés conmigo, dijo Pereba. ¿Te acordás del Crispín? Dio una patada en una macumba aquí en la Borges de Medeiros, la pierna quedó negra, la cortaron en el Miguel Couto y él está ahí, jodidazo, andando con muleta.

Pereba siempre fue supersticioso. Yo no. Tengo liceo, sé leer, escribir y hacer raíz cuadrada. Pateo la macumba que quiero.

Prendimos unos porros y nos pusimos a mirar la telenovela. Mierda. Cambiamos de canal, para una bang bang. Otra bosta.

Las señoronas pitucas están todas con ropa nueva, van a empezar el año nuevo bailando con los brazos en alto, ¿viste como bailan las blanquitas? Levantan los brazos para mostrar el sobaco, ellas lo que quieren es mostrar la concha, pero no, tienen vergüenza y muestran el sobaco. Todas cornean a los maridos. ¿Sabés que sus vidas son dar la concha por ahí?

Lástima que no nos dan a nosotros, dijo Pereba. Él hablaba despacio, burlón, cansado, enfermo.

Pereba, no tenés dientes, sos bizco, negro y pobre, ¿te parece que las señoronas se van a dejar? Eh, Pereba, como mucho, lo que podés hacer es pajearte. Cerrá los ojos y metele.

¡Yo quería ser rico, salir de la mierda en que estaba metido! Tantos ricos y yo jodido.

Zequinha entró en la sala, vio a Pereba pajeándose y dijo, ¿qué hacés, Pereba?

Se pudrió, se pudrió, así no se puede, dijo Pereba.

¿Por qué no fuiste al baño a sacarte la porquería?, dijo Zequinha.

En el baño hay una baranda maldita, dijo Pereba.

Estoy sin agua.

Las mujeres del edificio, ¿no se están dejando más?, preguntó Zequinha.

Él estaba soñando con una rubia pituca, con vestido de baile y llena de joyas.

Estaba desnuda, dijo Pereba.

Veo que están en la mierda, dijo Zequinha.

Él está queriendo comer restos de Iemanjá, dijo Pereba.

En joda, dije. Al final, yo y Zequinha habíamos asaltado un supermercado en Leblon, no había dado mucha pasta, pero pasamos un tiempazo en São Paulo en el medio de la basura, bebiendo y comiendo mujeres. Éramos respetables.

Para cantar la justa, tampoco me va bien, dijo Zequinha. El ambiente está pesado. Los hombres no están para juegos, ¿vieron lo que hicieron con el Bom Crioulo? Dieciséis tiros en la panza. Agarraron a Vevé y lo estrangularon. ¡El Minhoca, carajo! ¡El Minhoca!, crecimos juntos en Caxias, el tipo era tan miope que no veía de aquí hasta allí, y también era medio tarta, lo agarraron y lo tiraron dentro del Guandu, todo reventado.

Peor fue con el Tripé. Le prendieron fuego. Se volvió tostada. Los hombres no aflojan, dijo Pereba. Y pollo de macumba yo no como.

Pasado mañana van a ver.

¿Van a ver el qué?, preguntó Zequinha.

Sólo estoy esperando que el Lambreta llegue de São Paulo.

Carajo, ¿te das con el Lambreta?, dijo Zequinha.

Sus herramientas están todas aquí.

¿Aquí?, dijo Zequinha. Estás loco.

Me reí.

¿Qué fierros tenés?, preguntó Zequinha.

Una Thompson lata de guayabada, una carabina doce, de caño recortado, y dos Magnum.

Tá que lo parió, dijo Zequinha. ¿Y ustedes teniendo esa papa están aquí pajeándose?

Esperando que amanezca para comer farofa de macumba, dijo Pereba. Él tendría éxito hablando de ese modo en la tele, mataría de risa a la gente.

Fumamos. Vaciamos una cajilla.

¿Puedo ver el material?, dijo Zequinha.

Bajamos por la escalera, el ascensor no funcionaba, y fuimos al apartamento de doña Candinha. Golpeamos. La vieja abrió la puerta.

Doña Candinha, buenas noches, vine a recoger aquel paquete.

¿El Lambreta ya llegó?, dijo la negra vieja.

Ya, dije, está arriba.

La vieja trajo el paquete, caminando con esfuerzo. El peso era demasiado para ella. Cuidado, hijos míos, dijo.

Subimos por la escalera y volvimos a mi apartamento. Abrí el paquete. Armé primero la lata de guayabada y se la di para sostener a Zequinha. Me ato en esta máquina, tarratátátátá, dijo Zequinha.

Es viejo pero no falla, dije.

Zequinha agarró la Magnum. Chiche, chiche, dijo. Después sostuvo la doce, colocó la culata en el hombro y dijo: capaz que doy un tiro con esta preciosura en el pecho de un tira, bien cerca, sabés cómo, para tirar al puto de espaldas en la pared y dejarlo pegado allí.

Pusimos todo encima de la mesa y nos quedamos mirando.

Fumamos un poco más.

¿Cuándo es que van a usar el material?, dijo Zequinha.

El 2 vamos a reventar un banco en la Penha. El Lambreta quiere hacer el primer gol del año.

Es un tipo vanidoso, dijo Zequinha.

Es vanidoso pero merece. Ya trabajó en São Paulo, Curitiba, Florianópolis, Porto Alegre, Vitória, Niterói, para no hablar de Rio. Más de treinta bancos.

Es, pero dicen que da el orto, dijo Zequinha.

No sé si lo da, ni me da el cuero para preguntar. A mí nunca me vino con mariconadas.

¿Lo viste con mujeres?, dijo Zequinha.

No, nunca lo vi. Yo qué sé, puede ser verdad, pero ¿qué importa?

Un hombre no debe entregar el culo. Encima un tipo importante como el Lambreta, dijo Zequinha.

Un tipo importante hace lo que quiere, dije.

Es verdad, dijo Zequinha.

Nos quedamos callados, fumando.

Los fierros en la mano y nosotros nada, dijo Zequinha.

El material es del Lambreta. ¿Y dónde lo íbamos a usar en un momento así?

Zequinha chupó aire, fingiendo que tenía algo entre los dientes. Creo que él también estaba con hambre.

Estaba pensando en copar una casa pituca que esté de fiesta. El mujererío está lleno de joyas y tengo un tipo que compra todo lo que le llevo. Y los barbudos están con las billeteras llenas de pasta. ¿Sabés que hay anillos que valen cinco grandes y collares de quince en ese quemero que conozco? Paga en el acto.

El tabaco se acabó. La caña también. Empezó a llover.

Allá se fue tu farofa, dijo Pereba.

¿Qué casa? ¿Tenés alguna en vista?

No, pero está lleno de casas de ricos por ahí. Afanamos un auto y salimos buscando.

Coloqué la lata de guayabada en una bolsa de compras, junto con la munición. Di una Magnum al Pereba, otra para Zequinha. Enfundé la carabina en el cinto, con el caño para abajo, y me puse una gabardina. Agarré tres medias de mujer y una tijera. Vamos, dije.

Afanamos un Opala. Tomamos hacia São Conrado. Pasamos varias casas que no servían, o estaban muy cerca de la calle o tenían demasiada gente. Hasta que encontramos el lugar perfecto. En la entrada tenía un jardín grande y la casa quedaba en el fondo, aislada. Escuchábamos barullo de música de carnaval, pero pocas voces cantando. Nos pusimos las medias en la cara. Corté con la tijera los buracos de los ojos. Entramos por la puerta principal.

Estaban bebiendo y bailando en un salón cuando nos vieron.

Es un asalto, grité bien fuerte para ahogar el sonido del tocadiscos. Si se quedan quietos nadie sale lastimado. ¡Vos, apagá ese tocadiscos del carajo!

Pereba y Zequinha fueron a buscar a los empleados y vinieron con tres mozos y dos cocineras. Todos acostados, dije.

Conté. Eran veinticinco personas. Todos acostados en silencio, quietos, como si no los vieran ni vieran nada.

¿Hay alguien más en la casa?, pregunté.

Mi madre. Está arriba en el cuarto. Es una señora enferma, dijo una mujer emperifollada, de vestido largo rojo. Debía ser la dueña de casa.

¿Niños?

Están en Cabo Frio, con los tíos.

Gonçalves, andá arriba con la gordita y traé a su madre.

¿Gonçalves?, dijo Pereba.

Sos vos. ¿No sabés ya tu nombre, burro?

Pereba agarró a la mujer y subió la escalera.

Inocêncio, atá a los barbudos.

Zequinha ató a los tipos usando cintos, cordones de cortinas, cables de teléfono, todo lo que encontró.

Revisamos a los sujetos. Muy poca pasta. Los putos estaban llenos de tarjetas de crédito y chequeras. Los relojes eran buenos, de oro y platino. Arrancamos las joyas de las mujeres. Un montón de oro y brillantes. Pusimos todo en la bolsa.

Pereba bajó la escalera, solo.

¿Dónde están las mujeres?, dije.

Se retobaron y tuve que hacerme respetar.

Subí. La gordita estaba en la cama, las ropas desgarradas, la lengua fuera. Muertita. ¿Por qué se hizo la difícil y no se dejó de una vez? El Pereba estaba necesitado. Además de cogida, mal pagada. Limpié las joyas. La vieja estaba en el corredor, caída en el suelo. También había estirado la pata. Toda peinada, aquel pelo armado, teñido de rubio, con ropa nueva, cara arrugada, esperando el año nuevo, pero ya estaba más para allá que para acá. Creo que murió del susto. Le arranqué los collares, broches y anillos. Tenía un anillo que no salía. Con asco, mojé de saliva el dedo de la vieja, pero ni aun así el anillo salía. Quedé furioso y di una dentellada, arrancando su dedo. Metí todo dentro de una funda. El cuarto de la gordita tenía las paredes forradas de cuero. La bañera era un buraco cuadrado grande de mármol blanco, empotrado en el suelo. La pared toda de espejos. Todo perfumado. Volví al cuarto, empujé a la gordita al suelo, arreglé la colcha de satén de la cama con cuidado, quedó estirada, brillando. Me saqué el pantalón y cagué sobre la colcha. Fue un alivio, buenazo. Después me limpié el culo en la colcha, me puse el pantalón y bajé.

Vamos a comer, dije, poniendo la funda dentro de la bolsa. Los hombres y mujeres en el suelo estaban todos quietos y cagados, como ovejitas. Para asustarlos más dije, al puto que se mueva le vuelo los sesos.

Entonces, de pronto, uno dijo, calmadamente, no se irriten, lleven lo que quieran, no haremos nada.

Me quedé mirándolo. Usaba un pañuelo de seda de colores alrededor del pescuezo.

También pueden comer y beber a gusto, dijo.

Hija de puta. Las bebidas, las comidas, las joyas, el dinero, todo aquello para ellos eran migajas. Tenían mucho más en el banco. Para ellos, nosotros no éramos más que tres moscas en el azucarero.

¿Tu nombre?

Maurício, dijo.

Don Maurício, ¿quiere levantarse, por favor?

Se levantó. Le desaté los brazos.

Muchas gracias, dijo. Se nota que usted es un hombre educado, instruido. Pueden irse, que no daremos parte a la policía. Dijo eso mirando a los otros, que estaban quietos asustados en el suelo, y haciendo un gesto con las manos abiertas, como quien dice, calma amigos, ya convencí a este culo sucio con mi charla.

Inocêncio, ¿ya terminaste de comer? Traeme una pata de pavo de ésas. Sobre una mesa había comida como para alimentar a toda la prisión. Comí la pata de pavo. Agarré la carabina doce y cargué los dos caños.

Don Maurício, ¿quiere hacer el favor de arrimarse a la pared?

Se recostó a la pared.

Recostado no, no, a unos dos metros de distancia. Un poquito más para acá. Ahí. Muchas gracias.

Tiré justo al medio de su pecho, vaciando los dos caños, tremendo trueno. El impacto tiró al tipo con fuerza contra la pared. Fue resbalando lentamente y quedó sentado en el suelo. En su pecho tenía un buraco que daba para meter un pan dulce.

Viste, el tipo no se pegó un carajo en la pared.

Tiene que ser en la madera, en una puerta. La pared no sirve, dijo Zequinha.

Los tipos acostados en el suelo estaban con los ojos cerrados, ni se movían. No se escuchaba nada, a no ser los eructos de Pereba.

Vos, levantate, dijo Zequinha. El canalla había elegido a un tipo flaco, de cabello largo.

Por favor, dijo el sujeto, muy bajito.

Ponete de espaldas a la pared, dijo Zequinha.

Cargué los dos caños de la doce. Tirá vos, la patada me machucó el hombro. Apoyá bien la culata, si no te quiebra la clavícula.

Mirá como éste se va a pegar. Zequinha tiró. El tipo voló, los pies salieron del suelo, fue lindo, como si hubiera dado un salto para atrás. Golpeó con estruendo en la puerta y quedó pegado. Fue poco tiempo, pero el cuerpo del tipo quedó apresado por el chumbo grueso en la madera.

¿No te dije?, Zequinha se refregó el hombro dolorido. Este cañón es joda.

¿No te vas a coger una pituca de éstas?, preguntó Pereba.

No tengo ganas. Tengo asco de estas mujeres. Me cago en ellas. Sólo cojo las mujeres que me gustan.

¿Y vos, Inocêncio?

Creo que voy a tirarme aquella morenita.

La muchacha intentó estorbar, pero Zequinha le metió unos piñazos en los cuernos, se tranquilizó y quedó quieta, con los ojos abiertos, mirando para el techo, mientras era ejecutada en el sofá.

Vámonos, dije. Llenamos manteles y fundas con comidas y objetos.

Muchas gracias por su cooperación, dije. Nadie respondió.

Salimos. Entramos en el Opala y volvimos para casa.

Dije al Pereba, largá el rodado en una calle desierta de Botafogo, tomá un taxi y volvé. Yo y Zequinha bajamos.

Este edificio está bien jodido, dijo Zequinha, mientras subíamos, con el material, por la escalera inmunda y destrozada.

Jodido pero es Zona Sul, cerca de la playa. ¿Querés que vaya a vivir a Nilópolis?

Llegamos arriba cansados. Puse las herramientas en el paquete, las joyas y el dinero en la bolsa y llevé todo para el apartamento de la negra vieja.

Doña Candinha, dije, mostrando la bolsa, esto quema.

Pueden dejarla, hijos míos. Los hombres aquí no vienen.

Subimos. Coloqué las botellas y las comidas sobre un mantel en el piso. Zequinha quiso beber y no lo dejé. Vamos a esperar al Pereba.

Cuando el Pereba llegó, llené los vasos y dije, que el próximo año sea mejor. Feliz Año Nuevo.

*

Crudo relato de los tiempos actuales, por Pilar ChargoñiaSocialTwist Tell-a-Friend
 
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