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viernes, 7 de agosto de 2009

Un libro imprescindible: Quiet (Quieto)


El 24 de julio, mientras Vicente y Marta seguían haciendo Carros de Foc, fuimos a Esterri d'Anéu y Laura se compró una pamela. «No sabés lo bien que le quedaba la pamela a la niña», contaba con acento argentino, rememorando un chiste.

Luego, en la librería papelería, por fin di con el libro que andaba buscando: Quiet, de Màrius Serra, en Empúries. No lo había comprado en Anagrama aposta para leerlo en catalán y, sabiendo que en verano vendríamos a Lleida, pensé que qué mejor excusa para comprarlo aquí.

Sabía de él por el blog de Libros y bitios de José Antonio Millán, que es una fuente, siempre, de hallazgos y reflexiones.

Conocía Verbalia y Verbalia.com —el enlace lleva a una de las mejores reseñas que he leído sobre los libros «lingüísticos pero no admitidos por los serios lingüistas en tal categoría» que escribe Màrius Serra, aparte de los literarios— y el sitio verbalia.com, que sigo visitando en español y en catalán, y a veces me cuelo hasta en italiano, aunque ahí sí que no me entero más que del palíndromo del día :-)

Había leído Patraña (Farsa, en el original: nunca entendí muy bien por qué tradujeron el título como lo tradujeron, porque «farsa» en castellano hubiese quedado igual de bien, supongo, incluso mejor, ¿no?) y, al encontrarme con varias páginas en blanco, escribí a Màrius: sabía que le encantaban los juegos: ¿era aposta o era una errata de una tirada de la editorial? «No, me dijo, no es un juego, ve a que te lo cambien.» Ya decía yo, porque por muchas vueltas que le daba, no le encontraba al juego ni pies ni cabeza: todo juego tiene una pauta, ¿no? Claro que yo, muchas veces, no logro dar con la pauta del juego. La adolescencia, a veces, es la búsqueda de las pautas del juego social, y ¡vaya si cuesta hacerse con ellas! Cuando menos te lo esperas algo hace clic y todo encaja, como si la pieza del engranaje, la pauta, la incógnita de qué hace que la serie vaya hacia ese número concreto y no otro, el sistema... hubiese estado allí siempre y por fin todo pudiese funcionar, y entonces no hay que esforzarse ni retorcer nada: todo va rodado, suave, como la seda, solo, sin que uno tenga que pensar, sin darse cuenta.

Debe de ser muy duro que de nuevo la pauta desaparezca de debajo de los pies, que el terreno conocido y amado se vuelva, ya de adulto, un enigma que parece no responder a ningún sistema, en el que el número que sigue la serie no puedes preverlo, ni tú ni tu mujer ni los médicos ni nadie. De eso, en parte, trata este libro: Quiet, Empúries, 2008 (Quieto, Anagrama, 2008)

Lluís Serra Pablo, Llullu, el hijo de Màrius y Mercè, el hermanito pequeño de Carla, es diagnosticado —no del todo, porque los médicos tampoco conocen exactamente ni tanto algunas patologías— con una encefalopatía grave, no filiada. ¿Qué supone eso? Que Llullu no se puede mover, ni siquiera sujetar su cabeza; que traga con dificultad; que tiene unos ataques epilépticos; que es completamente dependiente.

Vale, pero, por encima de los síntomas, de las etiquetas, «[e]l Lluís és el nostre segon fill. Té unes necessitats una mica peculiars, però això només significa que estem més pendents de la seva fragilitat. A Quiet, he buscat una forma narrativa d’explicar l’ambivalent estat emocional que provoca tenir un fill que no progressa adequadament. Un estat sovint exposat als fiblons del dolor, però en el que predomina la joia i un cert embadaliment. M’ha semblat que la millor manera de fer-ho era rescatar escenes concretes fixades en la memòria i posar-les en moviment. Records refulgents. I he pretès, alhora, compondre un mirall.» (p. 7, «Prefaci»)

Y este libro tiene varios fines, o varios logros: uno es que, sin dejar de desear que su hijo sea normal, que, al menos, pueda comunicarse con él o con su madre o con su hermana, sin dejar de tratar de que ocurra un milagro, incluso vendiendo su alma al diablo, sobre todo en «Senyals» (pp. 23-28) y en «Distinció»:

—Tu creus que el president Companys hauria canviat l'anhel d'una Catalunya independent per no tenir un fill esquizofrènic?
La pregunta em sobta, però no en puc pescar la resposta, perquè els dos interlocutors s'aixequen i marxen del meu camp auditiu abans de treure'n l'aigua clara. Em miro el meu Lluís i li responc jo.

—Jo sí, xaval. Si cal em faig legionari —dic, encara sota l'influx de la nostra desfilada triomfal Escorial avall—. Em faria del Reial Madrid i tot, si servís d'alguna cosa.
(p.43);

Llullu es querido e integrado de la forma más normal posible en la vida de la familia. Se hace querer, por cómo lo quieren, por cómo lo querríamos si fuera nuestro hijo: como Màrius, nos haríamos legionarios o del Real Madrid (ponga cada uno el equipo rival de fútbol, si es que es forofo, o aunque no lo sea), e incluso iríamos a misa todos los domingos si recibiéramos una señal, la que sea (p.27, «Senyals»), si aquello pudiese cambiar algo, un mínimo, en la vida de Llullu: que nos sonriera, que nos llamase «papá» o «mamá», que tuviera aunque fuera una lengua inventada para comunicarse con nosotros. Pero mientras, sin perder ese horizonte, la familia entera disfruta y aprovecha la vida, con toda su alegría y su fuerza. La señal no llegará en San Pedro del Vaticano: pero que Lullu empiece a empujar y haya que cambiarle el pañal hará sonreir a su padre.

Este es otro logro: el humor, que está presente casi siempre, menos cuando la tristeza lo invade todo. Así que los recuerdos están salpicados de escenas fenomenales: aquella vez en que Carla descubre que su hermano es un Very Important People, o cuando el mensajero viene a recoger muestras de heces y se lleve la mierda tan lejos (de Barcelona a Kansas) por prescripción médica, o la vez en que una de las sobrinas de la novia de Llullu se queja de que uno le está contando a Llullu secretos al oído y él no se los cuenta a ella...

Y, a la vez, Màrius no nos escatima recuerdos dolorosos o entrañables, recuerdos en que hay gente que no actúa como él lo haría pero se merece todo su respeto, recuerdos de escenas desagradables y gente cuyo comportamiento nos provocaría vergüenza o rabia si no fuera porque Màrius la identifica, nos la describe y, teniendo toda la razón de su parte, logra echarla: «En aquella mirada criminal m'hi reconec. [...]» («Ràbia», p.79 y ss.)

Otro es ver correr a Llullu, ese deseo que primero es una carencia, un vacío que se clava en el corazón de Màrius cuando, en un camping con su familia y su sobrino, ve cómo este, pequeñajo, sale con la pandilla a bailar y luego se va corriendo, que materializa de golpe y porrazo, no de una forma racional (eso ya lo saben), sino como cuando uno al fin ve el dibujo escondido que hay en una de esas ilusiones ópticas en que se pueden percibir dos (por mucho que te digan que hay un conejo, si solo ves el pato, hasta que no ves el conejo, aceptas racionalmente que se percibe igual de claro, pero no lo experimentas), que Llullu nunca va a ser capaz de correr, nunca. Así, en «Córrer», en la p. 49, Màrius nos cuenta cómo «[tomba] el cap per seguir la fugida de l'Oriol, i tant la Mercè com el Lluís queden situats rere el meu clatell, aliens a les llàgrimes que ja ragen galtes avall. Perquè ara, en veure com corre l'Oriol, encara m'obsedeixo més amb la idea clara que el Lluís mai no ho farà. I mira, que no sapiga ballar country, doncs, encara té un passi. Perquè, a última hora, això del no-rompas-más-mi-pobre-corazón no deixa de ser una horterada i d'aquí a quatre dies ningú no ho recordarà, però que no sàpiga córrer amb l'elegància desmanegada que ara mateix exhibeix el meu nebot Oriol ja és una altra cosa. Això sí que és una malvestat que ningú hauria de tolerar. Una veritable putada. (...) i les llàgrimesem sobreïxen, m'inunden les galtes, ragen avall i em taquen la samarreta del Correllengua que aquest matí m'he posat.»

Luego, con el encuentro casual de los «petits blocs rectangulars (...) [de] cine de mano [que] reprodueix[en] grans escenes del cinema a través de fotogrames succesius. Només cal fullejar-los amb una certa velocitat per reproduir-ne les escenes en moviment, com en un zoòtrop. Després he sabut que se'n pot dir foliscopi, i que l'americà Hermann Casler el va batejar amb un nom més inquietant: mutoscope. (p. 51, «Voler»), la idea de verlo correr empieza a abrirse camino hasta que por fin, en «Eternitat» (pp. 145-148) nos cuenta cómo logran, Jordi Ribó (su amigo fotógrafo), Miquel Llach (el diseñador), Mercè (mamá), Carla (la hermana mayor), él mismo y Llullu montar el foliscopio de Llullu que corre: «Un empelt tan reeixit que fins i tot tindrà versió animada en Flash perquè el puguem verure córrer a la pantalla de l'ordinador, mentre sona la banda sonora de Charriots of Fire.» (p. 148)

En el libro, pasando las páginas rápido, Laura y yo lo vemos correr, al Llullu, sin banda sonora —aunque yo la tarareo un poco—. Luego, las paso lentamente para leer lo que Màrius imagina que Llullu dice. Y la primera frase me golpea: «No me'n recordo pas, de com es diu la mare.», y la segunda, y luego; pero, de pronto: «Com que no me'n recordo de res, tampoc no me'n puc oblidar». Es la magia de las palabras y Màrius se la presta a su hijo, y a su mujer, y a su hija, y a todos, y a sí mismo, y a nosotros los lectores. Porque entonces, Llullu, dirá: «No m'en puc obliar pas, de la mare, ni de com es diu, ni de la seva veu vellutada, ni dels seus braços suaus que m'escalfen quan tinc fred, ni de la seva rialla de nena eterna, ni de la pau que em dóna cada cop que em disparo, i no puc oblidar ni olvido que m'estima, encara que no entengui les seves paraules d'amor». Y todo lo que no puede olvidar, con una ternura enorme, con un humor genial, agradeciendo a veces que su pudor no le haga sonrojarse, va siendo enumerado por Llullu y nos emociona. Y al final, el ingenio verbívoro y lingüístico y la poesía, de la mano, con su hijo:

Qui no recorda, no oblida.
Qui no oblida, recorda.

Qui recorda, oblida.

Qui oblida, no recorda.

Qui no recorda, no oblida.

Estimo, però no ho recordo.

M'estimen, i no ho recordo.

Mai no cauré en l'oblit


El libro consigue transmitir la alegría de tener a Llullu, y el amor que le tienen, de tal manera que se contagia. No se lo pierdan, en catalán o en castellano.

[Quise escribir esta reseña, y la hice a mano, allá en Lleida, en una fecha normal y corriente. Dos días después de comprar el libro, sin embargo, vi en La Vanguardia una noticia y una foto que me hicieron pensar: vaya, ¿pues no hay una reseña de Quiet? No, era el anuncio de que Llullu había muerto el día 24 de julio de 2009, con nueve años. Malditas casualidades.
Agradezco a Darabuc su ayuda con algunas cosas que se me escapaban en catalán.]

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