Todo lo que uno puede amar en un libro se encuenta dentro de este libro de Cornelia Funke; se nota que a la autora le gusta leer y le gustan los libros en sí, como contenido y como continente.
El libro dentro del libro o la literatura dentro de la literatura están presentes en el Corazón de tinta que es protagonista de la historia que se narra en este otro Corazón de tinta que leemos. La novela es un personaje central de la novela. Y nosotros, lectores, vamos descubriendo quiénes lo han leído y quiénes no. Tan ignorantes como nosotros son la pequeña protagonista, e incluso los personajes escapados.
El libro como objeto maravilloso es admirado en las manos sabias de Mo, que los repara con tanto cariño, por los ojos de Meggie, que le ha observado trabajar y curarlos desde que era casi un bebé. Cuando llegan a la increíble biblioteca de Elinor, que los adora y los guarda como tesoros, la niña queda fascinada.
La lectura como puente hacia otros mundos es, en Corazón de tinta, algo tan real que se manifiesta en la capacidad de Lengua de Brujo de hacer que los personajes cobren vida —pero siempre a cambio de alguien real, cuidado—. Esta capacidad es realmente el meollo del asunto: está muy bien soñar con el mundo de la fantasía y sumergirse en él mientras su cuerpo está a salvo en la realidad, pero, ¿qué ocurre cuando entre esos mundos la fuerza de la lectura es capaz de abrir una brecha?
Nada bueno, y a partir de aquí vemos a todo lo que se renuncia por ello: Lengua de Brujo ha renunciado a su amada, que se ha visto atrapada en el libro a cambio de la consistencia real de tres personajes. También ha tenido que renunciar a leer en voz alta a su niña. Esta ha renunciado, sin saberlo, a la maravillosa introducción al mundo de los cuentos y las palabras por las voces amadas. Uno de los personajes, el más humano, el mejor perfilado por la autora, un comefuegos llamado Dedo Polvoriento, vive con la creciente añoranza de su mundo de tinta, donde todo era mágico, donde el ritmo del mundo era hospitalario a pesar de los monstruos, donde él sabía desenvolverse.
El personaje de Capricornio, el malo del libro, sin embargo, parece encontrarse muy bien en este mundo nuestro: ¿qué mejor mundo para hacer el mal? No es un argumento nuevo, ni pobre, pero se echa de menos el que Capricornio no se limite a trasladar aquí la maldad de su mundo de tinta y evolucionara un poco más apoyándose en todas las posibilidades que le da el mundo real.
Tampoco Resa parece un personaje bien perfilado: uno no deja de preguntarse al principio de conocerla si tendrá amnesia además de ser muda o si le habrán lavado el cerebro; ¿tan dócil y poco intrépida se mostraría una madre y pareja al volver a su mundo? Dedo Polvoriento hace mil veces más que ella solo por el recuerdo de las hadas azules.
Cornelia Funke toca también temas como los personajes y su autonomía de su hacedor; el autor y su habilidad para cambiar la historia, aunque no sea ya suya; la lucha entre el bien y el mal; el desarraigo y el apego en Farid; etcétera.
Las citas son bonitas y cortas, y la mayoría están bien elegidas para encabezar los capítulos.
Es un libro entretenido, que pide una continuación en cuanto termina (parece que la autora tenía claro que no iba a escribir solo ese) y en el que a veces uno echa de menos que algunos personajes que parecen principales no emanen la humanidad y complejidad que Dedo Polvoriento consigue transmitir.