El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

lunes, 29 de octubre de 2007

Regalos que recibimos de niños

Yo escuché y escucho Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, del chileno Pablo Neruda, en las voces de la argentina Olga Manzano y del uruguayo Manuel Picón y algunos más. De hecho, lo creí canción en vez de teatro en verso, y solo al crecer supe que la música había sido posterior.

A veces la poesía llega por caminos mágicos, con acentos propios que ya para siempre se unen al poema. De pequeña, este regalo hizo que yo jamás caiga en el grosero error de considerar rima asonante ...Teresa y ...cereza.

Aquí, sin música, lástima, les dejo las dos primeras canciones: el nacimiento de Joaquín Murieta (o Murrieta), el diálogo con Teresa. Disfruten. Si saben la música, canten. Pablo Neruda estaría contento de que cantaran cuando cantaron ellos: Pinochet en Chile, Franco en España; pero la música y la poesía se oían por encima, y hoy permanecen.


FULGOR Y MUERTE DE JOAQUÍN MURIETA
Pablo Neruda
Interpretado por Olga Manzano y Manuel Picón



Nacimiento de Murieta


Esta es la larga historia de un hombre encendido,
natural,
valeroso.
Su memoria
es un hacha de guerra.


Es tiempo de abrir el reposo,
el sepulcro del claro bandido
y romper el olvido oxidado
que ahora lo entierra.


La sangre caída
le puso en las manos
un rayo violento.
Tal vez aquel hombre
no halló su camino
perdido en el viento.
Honorable bandido,
Joaquín Murieta.
Venganza de hierro,
de llama y piedra.


Aquí, entre perales y teja y lluvia,
brillaban las uvas chilenas
y como una copa de plata que llena la noche sombría de pálido vino
la luna de Chile crecía entre boldos, maitenes, albahaca y rocío.


Entonces, nacía a la luz del planeta
un infante moreno
y en la sombra serena
ese rayo que nace se llama Murieta.


Es un niño chileno
color de aceituna
y sus ojos ignoran el llanto


Creciendo a la sombra de sauces flexibles,
nadaba en los ríos,
ardía en el brío,
educaba los brazos,
el alma,
los ojos
y se oían cantar las espuelas
cuando desde el fondo del otoño rojo
bajaba al galope en su yegua de estaño


Venía de la cordillera de piedras hirsutas,
de cebos huraños,
de viento inhumano
traía en las manos el golpe aledaño
del río que hostiga
y divide en la nieve;
y lo traspasaba ese libre albedrío,
la virtud salvaje,
que toca la frente
y sella con ira, limpieza y orgullo
las graves cabezas
de los indomables
que guarda el destino en actas de fuego,
de fuego y pureza;
así el elegido no sabe que debe morir en la empresa,
matar y morir,
morir en la empresa.
¡Matar y morir!
¡Morir en la empresa!
Matar y morir.
Morir en la empresa.




Diálogo con Teresa


Joaquín
Todo lo que me has dado ya era mío
y a ti mi libre condición someto.
Soy un hombre sin pan ni poderío,
sólo tengo un cuchillo y mi esqueleto;
crecí sin rumbo, fui mi propio dueño,
y comienzo a saber que he sido tuyo
desde que comencé con este sueño,
antes no fui sino un montón de orgullo.


Teresa
Soy campesina de Coihueco arriba,
llegué a la nada para conocerte,
te entregaré mi vida mientras viva
y cuando muera te daré mi muerte.


Joaquín
Tus brazos son como alhelíes
de Carampanga y por tu boca huraña
me llama el avellano y los raulíes,
tu pelo tiene olor a las montañas.
Acuéstate otra vez a mi costado
como el agua del estero puro y frío
y dejarás mi pecho perfumado
a madera con sol y con rocío.


Teresa
¿Es verdad que el amor quema y separa?
¿Es verdad que se apaga con un beso?


Joaquín con coro
Preguntar al amor es cosa rara,
es preguntar cerezas al cerezo.
Yo conocí los trigos de Rancagua
Viví como una higuera en Melipilla
Cuanto conozco lo aprendí del agua,
del viento y de las cosas más sencillas.
Por eso a ti sin aprender la ciencia
te vi y te amé y te amo bien amada.
Tú has sido, amor, mi única impaciencia.
Antes de ti, no quise tener nada.
Tú has sido, amor, mi única impaciencia.
Antes de ti, no quise tener nada.



Joaquín
Ahora quiero el oro para el muro
que debe defender a tu belleza.
Por ti será dorado y será duro
mi corazón como una fortaleza,
mi corazón como una fortaleza.


Teresa
Sólo quiero el baluarte de tu altura,
sólo quiero el oro de tu arado,
sólo la protección de tu ternura;
mi amor es un castillo delicado
y mi alma tiene en ti sus armaduras,
la resguarda tu amor enamorado.


Joaquín
Me gusta oír tu voz que corre pura
como la voz del agua en movimiento.
Y ahora sólo tú y la noche oscura;
dame un beso, mi amor, estoy contento,
beso a mi tierra cuando a ti te beso,
beso a mi tierra cuando a ti te beso.


Teresa
¿Volveremos a nuestra patria dura
alguna vez?


Joaquín
El oro es el regreso.

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jueves, 18 de octubre de 2007

Es una lástima

No vi completo el programa Tengo una pregunta para usted porque me fui a dormir, así que me perdí a Josep Lluís Carod-Rovira. Pero los noticiarios, los tele-zapping y demás, amén de la red, me dejaron ver lo que me narraban, riéndose, algunos medios.

A mí no me da risa. No me parece importante sacar la conclusión de que el Sr. Carod-Rovira «no deja que le llamen José Luis». Me parece importante, importantísimo, que un chico que afirma no saber catalán sea capaz de traducir Josep Lluís por José Luis: pues oiga, sí sabe usted algo de catalán. Y el señor al que está interpelando le comunica que su nombre es /yusep luí/—siento no ponerlo exactamente como se pronunciaría, pero los comentarios están ahí si ustedes saben y quieren, gracias—, ¿no puede tener la cortesía de llamarle por su nombre?, y luego haga la pregunta que quiera y diga lo que le parezca sobre la política lingüística y sus problemas con las oposiciones.

El colmo es el de la señora que, para acabar, dijo que no tenía ningún interés en aprenderlo, el catalán. Qué lástima, qué pena. Podría haber dicho que ya se consideraba muy mayor para aprender lenguas nuevas, que no se le daban bien los idiomas... eso lo entendemos todos: hay gente con poca facilidad para unas cosas —a mí se me da fatal hacer mapas; mi orientación espacial debe de estar algo atrofiada—. Pero despreciar así una lengua, una cultura; hacer gala de semejante desprecio hacia tanta gente que usa esa lengua y hacia tanta gente que la apreciamos. Me he sentido avergonzada. No sé de qué comunidad autónoma ni de qué provincia sea esta señora, pero me ha hecho avergonzarme y sentir la necesidad de decir desde aquí a todos los catalanes, estén o no en Cataluña, que no somos todos así, que por favor no la tomen como medida para los demás castellanohablantes. Me ha ofendido, además, porque no es mi lengua materna, no, pero sí lo es de muchos amigos míos y familiares, y también es la lengua de muchos escritores que amo.

Es cierto que los medios, tanto periódicos como televisiones, en castellano no han hecho un eco real de la noticia: solo El periódico de Catalunya lo menciona, aunque habla más de la mala imagen que dio el político, y los demás se han quedado en el carácter bronco de Carod-Rovira y han pasado por alto la mayoría esta ofensa de esta señora a toda una cultura, y eso también es preocupante. ¿Saben por qué? Porque da qué pensar sobre por qué unas noticias tienen tanta difusión y otras no. Me avisaba una amiga catalana de que debía informarme mejor, y yo me creía informada. Esto me hace dudar.

Desde este cuaderno, vaya mi granito de arena: si a Jennifer la llamo /yénifer/, a Josep no tengo por qué llamarlo /xosé/, y menos si él me dice cómo quiere que le llame. Y la lengua catalana es una lengua que se habla, se escribe y tiene detrás una cultura que está aquí al lado, más cerca de nosostros que la alemana y que la inglesa. Es patrimonio de todos, si no para aprenderla, sí para respetarla y defenderla, y no hacer mofa de ella.

Qué lástima. A ver qué día aprendemos a leer a Salvador Espriu —o al autor catalán que ustedes prefieran—, en catalán o en castellano, y a disfrutar sus versos:


NOVES PARAULES D'AGUR

Ni amb aquest cant de tan perfecta escola,
ni amb mots apresos al més savi lèxic,
ni amb rares pauses o subtils silencis,
no esgotaràs tots els noms de la mort.
Només recorda
que es diu vell caminant i també mur,
i com jo que parlo, i com tu que escoltes.
Després, si així ho vols i t'agrada,
vist que la lluna encara
surt puntual de la fredor del mar
i el vent, albardà foll,
xiscla i s'escampa per les seques vinyes,
et serà lícit de sentir-te culte
i, a estones, qui sap si felicíssim.

(El caminant i el mur, Barcelona: Edicions 62, 1985)

Actualización del 23 de octubre de 2007

Una amiga me pasa un bonito poema de Espriu quizá más adecuado para esta entrada (gracias, Silvia); no quito el otro porque además es uno de mis favoritos.

A vegades és necessari i forçós
que un home mori per un poble,
però mai no ha de morir tot un poble
per un home sol:
recorda sempre això, Sepharad.
Fes que siguin segurs
els ponts del diàleg
i mira de comprendre i estimar
les raons i les parles diverses dels teus fills.
Que la pluja caigui a poc a poc en els sembrats
i l'aire passi com una estesa mà
suau i molt benigna damunt els amples camps.
Que Sepharad visqui eternament
en l'ordre i en la pau, en el treball,
en la difícil i merescuda
llibertat.


Ana Lorenzo
, Rivas Vaciamadrid, Madrid (España)

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miércoles, 17 de octubre de 2007

Enseñar a aprender

Imagen: Biblioteca municipal Centro Cultural García Lorca, Rivas Vaciamadrid.

Entro con mi hija de ocho años en la biblioteca municipal del nuevo barrio donde vivimos ahora. La bibliotecaria apenas levanta la cabeza para constatar que todo es normal. La sala está en silencio, a pesar de las mesas llenas de estudiantes, de los lectores de revistas que ojean sus publicaciones favoritas, de los niños sentados en mesitas llenas de cuentos desordenados. La niña y yo echamos una mirada codiciosa a todos los libros que atisbamos desde la puerta: qué gusto da entrar en las bibliotecas desde que casi todo ha pasado a estar en libre acceso. Reprimimos nuestro primer impulso de lanzarnos hacia los libros y mi hija me lleva tirando de mi mano a la terminal del ordenador, como antes me llevaba a los ficheros de madera con sus cartoncitos bien ordenados. «Mamá, vamos a ver si tienen el que yo quiero», me dice. Con lentitud introduce las palabras precisas en el campo adecuado, consultándome de vez en cuando cómo se escribe o se deja de escribir un apellido o un título —y es que sabe cuán importante es decir Vázquez y no Bázquez, porque el ordenador no es muy intuitivo y hay que darle las palabras exactas—. No hace ni dos años, mi hija todavía llamaba a este edificio videoteca (la relación entre biblos y libro es difícil para un niño) y me decía que quería alquilar un cuento.

Lo maravilloso es que disfruta yendo allí, escogiendo su libro, ya sea buscando en el catálogo —opac, lo llama imitándome, sin saber qué significa (on line public acces catalog)—, ya deambulando entre los estantes. Se siente importante cuando presenta su carnet de la biblioteca para tomarlo en préstamo. Se siente feliz de devolverlo semanas más tarde y contestar a la amable bibliotecaria que le pregunta si le ha gustado. Lo maravilloso es que no necesita comprar, consumir ni pagar —sé que es difícil de creer, yo misma a menudo he ido a echar mano a la cartera.

La otra cara de esta moneda (sí, siempre hay dos) es la de una anécdota que pone de relieve cuán poco sabemos transmitir a nuestro niños la alegría de la lectura o la maravilla del tiempo pausado, de la lectura reflexiva, del placer de perder el tiempo con un libro.

Cuando veo los cuentos actuales de los niños coinciden muchos en una cosa: son cortos. Un best-seller para adultos puede ser largo, incluso para adolescentes: se puede consumir en el metro. Pero un cuento hay que contarlo y para eso se necesita tiempo y saber disfrutar leyéndole al niño. El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, Pinochio, Winnie-the-Pooh, La sirenita, Blancanieves... hoy en día sólo los encuentro adaptados para el consumo rápido de niños y padres que tienen poco tiempo y que están acostumbrados a tener que empezar siempre algo nuevo: seguir una historia larga —seguir, continuar, retomar, volver a... qué bonitas palabras—, volver a lo mismo supone un esfuerzo inconcebible a niños criados a la sombra del huevo Kinder (al que reconozco el mérito de ser una obra perfecta de ingeniería). El niño quiere el huevo, ¿por el chocolate?, ¿por el juguete?, ¿por la sorpresa? Reconozcámoslo: hay chocolates de igual calidad que se comen con más alegría, porque el del huevo Kinder no da para una degustación; el niño nunca se sorprende de lo que viene dentro, se decepciona o se alegra un segundo; tampoco juega con el juguete más allá de una hora, ni establece con él ningún lazo afectivo, si cuando le mandas recogerlo lo tira en un baúl o incluso a la basura. Lo que le encanta al niño es poner en marcha el juego de desear, poseer y, por último, desechar.

Y eso es precisamente lo que les hace acudir a internet para solucionar cosas que tardarían menos en buscar en una biblioteca: el tener una tecla que rápidamente le lleva a lo raudamente deseado y que en un segundo le lleva de nuevo, a través del hipertexto, al nuevo sitio deseado: lo de la continuidad no es asunto baladí.

Muchos compañeros de mi hija mayor no conocen una biblioteca, ni lo necesitan. No, no es que sean autosuficientes en asunto de almacenamiento de libros, es que no recurren a ellos por placer, pero tampoco lo hacen para solucionar sus dudas ni realizar los trabajos que con ese propósito (el de aprender a utilizar diferentes fuentes de información, quiero creer yo que es) les mandan sus profesores. Y es que todo lo buscan, y lo tienen, en la internet. ¿Que el trabajo es sobre una fiesta de un pueblo de un país remoto? Al Google. ¿Que es sobre los ríos de Europa? No importa, al Google. Si el trabajo fuera sobre fuentes de información (no, no es necesario especificar científicas o humanísticas), ya conocen la respuesta, ¿no? Pues claro, Google.

Que conste que uso internet muy a menudo; sólo tienen que ver dónde están leyendo este artículo. Pero como las ventajas de internet están tan claras, no voy a entretenerme en explicarlas. Sí, en cambio, me molestaré en explicar qué otros recursos culturales deberían manejar o intentar manejar para aprovechar todo lo que la cultura nos brinda, incluida la internet.

Si el niño sabe cómo se clasifican los libros, cómo se buscan y cuántas posibilidades de búsqueda tiene en la biblioteca, encontrará el libro que desea, y quizá otros que no buscaba. Aprenderá la variedad inmensa que hay de cultura escrita: novelas, poesía, teatro... (que encontrará en N o I / J con tres mayúsculas debajo que provienen del apellido del autor y tres minúsculas del título), textos en los que leer sus derechos, por ejemplo (que encontrará en el número 3 de la CDU, con las consabidas mayúsculas y minúsculas), o el reglamento de baloncesto que prueba que él no cometió falta (en el pasillo del número 7). Poco a poco, irá aprendiendo a buscar y luego podrá hacerlo en internet, porque no olvidemos que internet contiene cosas nuevas pero, sobre todo, es el libre acceso universal a mucha información y muchos documentos que ya existían.

[Los niños y chicos tienen derecho también a que en el colegio, en el instituto y en la biblioteca se les enseñe a discriminar la información que desde internet les llega. Google es la herramienta más usada por ellos para hacer los trabajos de clase, pero la mayoría no pasan de la primera página de resultados. No saben que los dominios .edu pertenecen a universidades (aunque hoy en día parece que los espacios que de estos dominios se dejan a los estudiantes han dado problemas de spam), ni saben que es mejor sacar la información de la geografía de un país de la página oficial del país o de la wikipedia que de los mil y un sitios turísticos que aparecen ofreciendo viajes allá. Los profesores y los bibliotecarios —los de la sección de niños serían los adecuados, porque sería realmente cuando tendrían que aprenderlo— podrían enseñarles y ayudar a poner un poco de lógica a este desperdicio de fuentes de información de nuestros niños.

Y de paso, podemos enseñarles que, muchas veces, lo más simple suele ser lo más eficaz. Si están buscando un cuento o una poesía, no hace falta a lo mejor encender el ordenador: basta con abrir un libro; nosotros podemos guiarles cuando ellos no sepan aún cuál. Y si quieren ver un cuadro de Dalí, a lo mejor en casa tenemos una enciclopedia de arte. No demos por superado y obsoleto lo que todavía sirve, si disponemos de ello.]

No voy a abordar el tema eterno de lo libre, lo completo y lo feliz que le hace a uno la lectura, porque ya hay estudiosos, escritores, lectores, bibliotecarios, panaderos... en fin, miles de personas que lo cuentan o han contado mejor que yo: si lo desean, acérquense a esos enlaces del margen derecho de su pantalla que se recomiendan en este blog.

[Este artículo se publicó originalmente en Addenda et corrigenda el 01/03/2006. Se ha puesto entre corchetes un pequeño añadido.]

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid, España.

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lunes, 15 de octubre de 2007

Porque la poesía es sugerencia...


El corazón del limo. Javier Cubero Egea

Barcelona: Paralelo Sur Ediciones, 2006
ISBN: 978-84-611-5564-4

A nadie engaño si digo que me gusta la poesía. Y que me gusta leerla, y leerla en voz alta. Y releerla en silencio. Me gusta leerla yo porque, a menudo, los poetas, que crean maravillas, se ponen nerviosos o se angustian al pensar que tenemos prisa y no respetan sus propios blancos. Poetas que recitan, no tengan miedo, si alguien va a escucharlos no va con prisa ninguna; va a escuchar sus versos, y sus blancos forman parte de sus versos.


No tuve la ocasión de ir a la presentación de El corazón del limo, donde el autor, Javier Cubero Egea, recitó algunos de sus poemas. Confío en que sí supo leer sus negros y sus blancos. Supongo que fue así porque él mismo ha cambiado una estrofa de cinco versos endecasílabos, en que alguna tenía un verso más corto (verso cojo, le llamo yo), a las estrofas que definitivamente forman este poema: de nueve versos: «Llegó un momento en que lo que se decía quedó fijado, pero tenía problemas con el ritmo, de alguna forma ya existía un compás de fondo, y era necesario un ritmo superpuesto. Entonces empecé a crear rupturas en los versos […]» (Javier Cubero, en una amable respuesta a mi pregunta sobre la estrofa y su elección).


El cambio es un hallazgo en este poema largo que es el libro, poema-latido —gracias a su ritmo— que a mí me habla de la vida y de la muerte, de la primera angustia y del miedo maduro, de la presencia del alma gemela y de la ausencia irrevocable cuando sabemos que siempre seremos solo uno solo, de los sentimientos recién descubiertos y de la memoria humana que recoge y repite y escribe de nuevo lo nuevo y lo eterno —porque surge del limo, del lodo, y a él decanta—, del agua y la piedra y el mar y la espiga y el delta y el naufragio, y el limo con su corazón.


No puedo poner aquí todas las estrofas que empecé a marcar con papelitos de color; tuve que quitarlos porque no podía manejar el libro: esta porque es perfecta y me sugiere el despertar del hombre a la terrible angustia de la nada, o porque me sugiere, también, la decisión tremenda de querer desaparecer en esa nada —ya no un despertar, ya una experiencia y una meditación, sin vuelta atrás:



XXII
Allí, en las algas, tuvo
la inocencia
la fría sensación de lo profundo,
la distancia de espacios
sin sonido,

la luz amortiguada
bajo el agua,
aliento contenido,

vida breve.



Estas porque son poesía de la poesía, porque el poeta escribe y crea lo que ya estaba escrito, sentimientos, colores, dudas que a todos y a nadie pertenecen, los hace suyos, los encumbra hasta que el arte los acoge y podemos gozarlos:



XXV
Así llegó la nada,
y así se transformó la

superficie

del pergamino antiguo en

palimsesto
de sangre reemplazada,

de dolor
en la recreación del

sufrimiento.




XXVI
Sobre la piel el trazo

de la pluma

que tiñe el resplandor

de la ansiedad

en grafías ambiguas

de un sentir

que a nadie pertenece. Todo está

escrito en esa piel de

sombra y duda.



Esta de aquí porque comienza lenta, hablando de recuerdos, de amor, de vida, de experiencia, y luego, casi sin enterarnos, nos lleva hacia el mismo corazón de ese naufragio, a asomarnos, a tocar con la punta de los dedos el borde del corazón del limo:



XLII
De la tarde

recuerda su cintura,

de la noche

la voz en las paredes
de una casa sin techo y,

de las trazas

del nuevo amanecer, esa pregunta,

la pregunta en

el vórtice del miedo.



Yo releo el libro de Javier y, cada vez, encuentro otra pista, otra interpretación, otra palabra que cobra una relevancia que antes no tenía. «No has querido mirar» dice una estrofa, y otra la repite, y otra más, más allá, como un eco. Con qué certeza no ha querido mirar, si hasta «lo sabe el miedo / como la sangre sabe / su camino, / o como el asesino / su lugar / entre sombras de luz / a pleno día.» Yo releo sin certezas, atenta y temerosa a ese miedo maduro, a esa «[e]xtraña voz, / rumor del agua, / entre sombras de luz a pleno día» que «ha[s] venido a entregar / tu corazón al limo».


Y si la poesía es sugerencia, emoción en su forma perfecta y acabada, déjense seducir por la latencia de El corazón del limo, como si fuera música, vibrando con sus versos. Pueden volver aquí y decirme que no, que no era eso lo que oyeron ustedes al leer en voz alta las palabras.



Nota al pie: Javier Cubero: «Entonces empecé a crear rupturas en los versos y me di cuenta de que así se construían estrofas de nueve versos; busqué información y me pareció que tal vez no era casualidad que la novena letra del alfabeto hebreo simbolice la gestación y que el número nueve se identifique con la verdad. Así pues ajusté el poema de forma que hay 72 estrofas, que suma 9; hay dos que tienen dos versos y una que tiene cinco, que también suma 9; finalmente, el número total de versos es 630: de nuevo la suma es 9.»
En la reseña de Eduardo Moga en Quimera, junio, se abunda en este tema del número 9 en El corazón del limo.


Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid (España)

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lunes, 1 de octubre de 2007

La inevitable y solitaria búsqueda del absoluto


La búsqueda del absoluto, Honoré de Balzac
Presentación: Carlos Pujol.
Traductor: Javier Albiñana.
Tamaño: 12,5 x 22,5cm.
Encuadernación: rústica cosida.
Precio: 18 euros.
ISBN: 978-84-935578-2-9




Es de agradecer, como siempre, que Nórdica rescate del olvido libros descatalogados que son verdaderas obras de arte y nos los ofrezca a los lectores en castellano. ¿Qué misterios conducen a estas pérdidas? No lo sé. Sé qué labor de buen editor y de valioso hombre de letras, que no se limita a buscar un bestseller o una copia de tal à la mode, va configurando esta pequeña gran editorial, y aquí no cabe más que aplaudir y agradecer la maravillosa formación literaria, la sensibilidad y la ética de los que conforman Nórdica Libros, porque si gracias a ellos yo he llegado a conocer a Flann O’Brienn o a Heinrich von Kleist, los que no se manejen en francés podrán al fin disfrutar de esta estupenda novela de Honoré de Balzac (nacido Honoré Balzac, simple burgués, sin esa partícula que le hace parecer de noble cuna).

Es una buena idea leer el prólogo de Carlos Pujol antes de adentrarse en La búsqueda del absoluto por primera vez si lo hace uno más allá de la adolescencia, porque andaremos con más prejuicios y con menos flexibilidad, con menos preguntas y con más respuestas, y el prólogo nos ayudará a vencer esas pequeñas resistencias, advirtiéndonos, no sea que nos pille lo circunstancial tan por sorpresa que, por ver el árbol, nos quedemos sin disfrutar del bosque.

Los personajes que nos trae Balzac están perfilados con prolijidad: Pepita, sobre todo, —y, aunque nos parezca un personaje hijo de otra época, tiene pensamientos y reacciones a veces muy actuales, como el de que con sus defectos físicos no puede permitirse lo que una bella se permite—, la hija mayor Marguerite, el primo notario Pierquin, el consejero espiritual de Pepita el abate De Solis, su sobrino Emmanuel y amor de Marguerite (sospecho yo que no es casual esta simbología de los dos nombres redentores: Emmanuel, el mesías, el Dios con nosotros; Margarita, la salvadora del esclavizado), el tío, los otros hijos, las criadas, hasta la sociedad que les rodea, que les visita o que les da la espalda, incluso aquel soldado que pone en marcha el mecanismo de la búsqueda… todos son, sí, imprescindibles, entrañables u odiosos, cursis, o calculadoramente hipócritas, canallas, o benditos. El elegido, sin embargo, es solo uno: Balthazar de Claës, el hombre que no puede dejar de buscar el elemento que falta en la constitución del todo, el hombre llevado por la pasión de encontrar el absoluto, el que quiere saber pero también la gloria, el que necesita darle a su familia el honor de descubrir el todo vendiendo a trozos para ello hasta el alma: el Balzac escritor de La Comedia Humana.

Ni Pepita, con todo el amor que le profesa, con su inteligencia, intentando formarse leyendo cuanta teoría química cae en sus manos, ni siquiera Lemulquinier, atado a su señor por voluntad propia, fiel como un perro, testigo de sus múltiples trabajos, pueden llegar a adentrarse, a rozar siquiera, esa pasión oscura, que todo lo consume, que todo lo corrompe, que a todo traiciona, que lo mantiene esclavo.

Balzac sabe que el arte, ah, el arte es algo solitario y engullidor; no en vano lo vive en sus propias carnes. Es también una drogadicción que te eleva y te arranca de la vida cotidiana y, en cambio, qué de nimiedades de esa vida real y plana le atan a uno: el dinero, la fama, la posición social, ¡la gloria! ¿Se puede sentir a la vez desprecio y necesidad de esa sociedad? ¿No lo sigue expresando Lorca en El público? Se puede.

Así lo veo yo. Léanlo. Hay toda una trama con sorpresa final. Díganme cómo lo ven ustedes.

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid (Madrid, España).


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