El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

viernes, 24 de febrero de 2006

Los trabajos, los chicos y los días


CEDRO ha puesto a disposición de docentes y alumnos un recurso para educar contra la piratería, dirigido al adolescente a la hora de que éste realice sus trabajos de investigación, esos trabajos que les suelen encargar los profesores. Se llama Es de libro y, la verdad, viene a ocupar un vacío que los padres advertíamos en la educación de nuestros hijos: constatábamos muchos con asombro que los chavales no sabían qué recursos usar para desarrollar un trabajo, desde los que les mandaban en sexto de Primaria, hasta los ya casi preuniversitarios del Bachillerato.

Algunos chicos —caray, y algunos padres— salían con la tonta protesta del «eso yo no lo tengo», «no viene en el libro». Yo he intentado explicar a más de un padre que precisamente eso es investigar, el recurrir a la biblioteca, el no limitarse a los recursos de la casa, el consultar fuentes, tradicionales y novedosas (si novedoso puede llamarse aún a la consulta en internet); prueben ustedes y díganme si no le han mirado como si fuera un loco; «bueno, sí, eso ya lo harán en la universidad, pero ahora están en el cole… ¿Tienes el tomo de la enciclopedia que te digo o no?» Señores, que si no aprenden ahora a manejar fuentes de información, a usar distintos recursos, en la universidad no darán pie con bola. Si quieren ayudar a sus hijos, háganlo aconsejándoles cómo investigar y crear, aunque el primer trabajo que hagan no sea una maravilla; no les dejen coger el atajo simple y bobo del copy-paste. Ahora es el momento de que aprendan el cómo para que luego puedan llevar a cabo el fin.

José Antonio Millán recomienda este nuevo recurso en su blog, aunque mejoraría algunas cosas, y no son nimiedades:

A falta de un examen más detenido, encuentro dos problemas en él. Uno es puntual: algunos de los conceptos están redactados en legalés, con escasa adaptación a los lectores (alumnos e incluso profesores): «Ahora bien, si se trata de impugnar una inscripción hecha por otra persona de la que se considera que se ha atribuido ilícitamente la autoría...». El otro es más de fondo: el sitio ignora la existencia de licencias libres, como GPL o Creative Commons, mediante las cuales los autores pueden autorizar todo tipo de usos de sus obras. Las licencias no figuran ni en el glosario ni en los pasos detallados que guían a los estudiantes. Es grave que no se eduque en la posibilidad de compartir creaciones intelectuales sin la necesidad de «percibir directa o indirectamente alguna compensación». Además, algunos de los recursos por línea más utilizados, como la Wikipedia, tiene este tipo de licencias: ¿por qué no se explican a los estudiantes y profesores?

A pesar de que el proyecto es susceptible de mejoras, no cabe duda de que es una idea buena y cabal. Cabal en un mundo de locos. Yo recuerdo que, en mi época de colegio —lo que incluía en mi caso el Bachillerato o BUP—, los profesores nos mandaban también trabajos para realizar en casa o en donde uno quisiera, pero no en horario de clase, con lo que ellos no veían quién era realmente el autor de la investigación ni de la redacción. En esa era lejana de la que les hablo (excepto en la universidad, que entonces sí), los trabajos no se entregaban a ordenador, ni tan siquiera a máquina, sino a mano, manuscritos. No por eso estaba protegido el derecho de autor, ya que alguno que otro, más perezoso o menos imaginativo, abría un libro y copiaba párrafos extensísimos de principio a fin, sin citar la fuente, claro. Mientras que los que hacían su trabajo como hay que hacerlo ponían al final una bonita página de bibliografía, aunque a veces se limitara a tres titulitos o dos todo lo más. El caso es que los profesores, sin necesidad de filología ni lingüística forense alguna, pillaban al tramposo siempre y sin remedio; aún me pregunto cómo tenían tanta moral estos chicos para seguir intentándolo curso tras curso, trabajo tras trabajo. «Pero cambia algo, hombre», se le aconsejaba. «No, si esta vez ya veréis; he cambiado eso del principio, he empezado por lo que pone al final y me ha quedado que parece escrito por mí: En La Tía Tula entrevemos la posibilidad del amor a distintos niveles y en varias direcciones, flechas que apuntan a blancos diferentes; asistimos a la angustiosa desorientación entre las varias posibles trayectorias vitales que, juntas, constituyen nuestra vida…(del Prólogo de Julián Marías a La Tía Tula, de Unamuno) y además he quitado todo lo que venía en latín. ¿Qué tal?»

Pues nada, chico, fatal. Fatal porque el profesor no era tonto y tenía tiempo de leerse el trabajo y saber que la redacción y las ideas no se correspondían con lo que el alumno solía hacer en clase. Fatal porque el alumno no aprendía nada.

Yo, lo que no entiendo muy bien es porqué hoy en día un niño de sexto de Primaria es capaz de dar al profesor, que además es su tutor, un trabajo impreso y éste no tiene o el tiempo o la facultad o las ganas de discernir cuánto —si es que hay algo— de su alumno hay en ese trabajo. Que me lo explique alguien. ¿Es que el trabajo no se lee? ¿El profesor se limita a ver una presentación cuidada y calificar sobre ello? Porque si es así, sería mejor encargarles un librito de diseño con un texto ya dado, como ese típico latino que viene de ejemplo en varias plantillas. ¿O es que se lo lee y está convencido de que la doble personalidad existe? «Bueno, mi alumno normalmente usa un vocabulario concreto —que puede ser muy rico—, pero es que en cuanto le dejo un tiempo más holgado y le doy un tema más amplio (o más concreto, que hay trabajos que ole ya) el niño se me transforma en un sabio y pasa a otro nivel.» Pues oiga, propóngalo para el Nobel. O páseselo a un experto en esquizofrenia estudiantil.

Mientras tanto, aparte de encargar trabajos, expliquen a los chavales a qué fuentes recurrir, cómo se organiza una investigación en regla, cómo hacer una bibliografía, cómo moverse por la red: qué material es fiable y cuál no, cómo se argumenta, cómo se concluye, cómo se presenta… y mil cosas más. Ah, y lo más importante: díganles que el encargo de un trabajo está siempre destinado a que practiquen el aprendizaje de todos estos recursos que tan útiles les son y les van a ser en la vida, y no a un simple punto de subida en la nota final. Por favor, léanse los trabajos con cariño y enséñenles con cariño a cuidar de su aprendizaje: es lo más importante que se van a llevar de ustedes.

[Este artículo se publicó originalmente en Addenda et corrigenda el 24/02/2006]

Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid, España.

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jueves, 2 de febrero de 2006

Nacidos para leer


(Imagen de Ivar Da Coll)

La sociedad actual, la del bienestar y el consumo, ha puesto a nuestros niños en su punto de mira: hay música para que oiga el niño desde que está en el útero materno, ejercicios de gimnasia para hacer con él desde los primeros días de vida, masajes adecuados a su cuerpecito y juegos que le estimulan incluso antes de que sea capaz de enfocar la vista o de sostener su cabeza. Sin embargo, esos mismos padres que gastan su dinero en los múltiples recursos que se les ofrecen para hacer de sus hijos personas competentes —muchos de ellos los apuntarán a música para bebés inteligentes, donde tocarán el violín a partir de los tres años, o les darán una game boy (¿o game girl?) en cuanto sus bocas dejen de chuparlo todo— se extrañan enormemente cuando ven a un papá leerle a su bebé un cuento o cuando ven a un niño de cochecito entrar en una biblioteca: «Si todavía no lo entiende.» o «¿Y qué vas a dejar para cuando crezca?» son algunos de los comentarios que se oyen. Y este recurso, la lectura, exige poco dinero, pero eso sí, tiempo.

El niño aprende lo que vive, es como una esponja y ni un minuto de su tiempo se pierde: si no imita una actitud, imita la otra. Su desarrollo y su capacidad de absorción y adaptación del entorno y de su relación con él no tienen límite. Como dice Yolanda Reyes en Nidos para la lectura:

Desde antes de estos tiempos modernos en los que se han puesto de moda términos como el de promoción de lectura, tan sospechosamente prestado de lenguaje comercial, ha habido hogares con padres, madres, abuelos, tíos o nodrizas que sembraron en los niños el amor por las historias y por los libros. Dudo que lo hubieran hecho a propósito, siguiendo unos objetivos predeterminados o unos indicadores de evaluación... Lo más probable es que sólo quisieran pasar un buen rato, o domar a las pequeñas fieras que suelen ser los niños, para que se estuvieran quietos unos minutos. Las dos intenciones son, en sí mismas, maravillosas. Porque disfrutar simplemente del placer de una historia o confiar en el poder hipnótico de las palabras, es creer de antemano en la lectura; es lo que yo llamo dar nido o sembrar sentido.

Es cierto que no es necesario que la animación a la lectura en el propio hogar lo promueva ninguna institución, pero no es gratuito que se haya institucionalizado y se haya sistematizado esa labor que hasta ahora venían haciendo la abuela o la madre: el mundo se ha ido volviendo más rápido y el tiempo que antes se compartía en familia ha menguado notablemente, aparte de que el que nos queda muchas veces lo empleamos en la televisión o en otras cosas que nos dejan muy poca maniobra para perder el tiempo con nuestros hijos. Por eso, iniciativas como las de «Qué leer con tu bebé» o «Cómo hacer para que tu hijo sea un lector», de Leer en familia, programa que se acoge en Fundalectura de Colombia; el proyecto Nascuts per Llegir de la Generalitat de Catalunya (España), inspirado en el italiano Nati per leggere; las recomendaciones para padres de la Biblioteca Regional de Murcia y su promoción de la lectura, también en España; o las iniciativas de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez: Compartir historias y lecturas en familia y de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, con la reproducción de la revista Peonza o del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte con el Plan de Fomento de la Lectura en España, así como el pionero Bookstart: a gift for life, una de las iniciativas de lectura de bebés con más solera, del Reino Unido, no son más que ayudas para que recuperemos el placer de la lectura en el hogar, ya sea leyendo en voz alta el libro de poesía con el que estemos en ese momento, ya cantando al niño una nana o rima infantil, ya proporcionándole libros con que jugar con sus manos o mirar las imágenes mientras les explicamos o narramos las pequeñas historias.

Recuerden que lo importante es disfrutar con ello —los niños y nosotros—, sumergirle en el mundo de la lectura desde el principio y no echarnos las manos a la cabeza cuando a los doce años el niño no quiera leer y nosostros tratemos de introducirle en un mundo ajeno a la fuerza. Los niños lectores son, además, niños con más recursos y visiones más amplias y rigurosas de la realidad. La lectura es no sólo un fin en sí mismo por el placer y la libertad que otorga al individuo, sino una forma de establecer lazos entre las personas, en este caso, entre los bebés y sus padres.

Estos proyectos tratan también la introducción a las bibliotecas y el uso del libro y de las fuentes de información, pero eso es harina de otro costal, o, mejor dicho, asunto de otro artículo.

[Este artículo se publicó originalmente en Addenda et corrigenda el 02/02/2006]

Ana Lorenzo (Rivas, Madrid, España)

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