El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

sábado, 24 de octubre de 2009

Cómo llegamos a la lectura


Laura, a la derecha, y su prima, atentas
al teatro de marionetas que hace Marta.

Muchos de los que somos lectores, letra-ferits, heridos por la lectura, enganchados al placer de leer, nos preguntamos a menudo cómo llegamos a ello. ¿Cuándo? ¿Quién nos lo contagió, si nos lo contagió alguien? ¿Con qué libro empezamos? ¿O con qué historias? ¿En boca de quién nos llegaba nuestra primera relación con la literatura? ¿Fue por la palabra, oralmente, escuchando, o fue con las letras, de manera visual, adjudicando a las grafías el sonido y a los sonidos el significado?

Solemos preguntárnoslo porque esperamos que, encontrando la respuesta, podamos contagiar o trasladar a los que nos importan y que aún no son lectores esa ansia por leer, esa necesidad.

Casi todos nos remontamos a la infancia y no recordamos bien los pasos concretos que nos llevaron adonde estamos. Se lo pregunta la Maga Colibrí, Lara, de la maravillosa librería El bosque de la maga Colibrí, en Empezar a leer:

No recuerdo cuándo empecé a leer. En mi casa no había demasiados libros, ni mis padres eran grandes lectores. Mi madre dice que apenas me contaban cuentos, ni me leían por las noches. Sin embargo, yo recuerdo las historias interminables que mi abuela inventaba para mí mientras paseábamos por el bosque, mientras caminábamos aquel camino interminable desde el autobús hasta su aldea, mientras cocinaba, mientras merendábamos, o a la hora de ir a dormir. Mi abuela es una de esas personas que consigue sacar un relato apasionante de una anécdota anodina. Sabe contar, sabe engancharte a sus palabras, sin artificios, sin teatralidad. Y creo que de ella me viene la voracidad por las historias, aunque no haya heredado su capacidad para contar.

No recuerdo cuándo empecé a leer, pero desde siempre me recuerdo con un libro al lado. En el autobús del colegio, en el recreo, en el parque, leyendo a escondidas por las noches pese a las protestas de mi hermano para que apagara la luz.

A veces vuelvo la vista atrás e intento descubrir los hilos que me fueron atando a los libros, por si puedo reproducir las puntadas, como mediadora de lectura que soy, como recomendadora, como librera. No lo consigo. Sólo consigo recordar sensaciones que todavía me asaltan ahora, cada vez que leo un buen libro. Y me tengo que conformar con intentar compartirlas, hablando de lecturas y de libros.

Juan Mata, este verano, nos obsequió con una serie llamada Voces primordiales, cuatro capítulos, en que «Quisiera ir ofreciendo en las próximas semanas algunos testimonios de escritores/lectores acerca de la influencia que sus padres tuvieron en sus deseos y gustos por la lectura. Me parecen oportunos en estos días en que el tiempo parece dilatarse, en que la proximidad se hace más íntima y duradera. Espero que les gusten y les haga pensar o quizá recordar.»
Y por allí pasaron las voces de Soledad Puértolas y del cuento que le contaba su madre cuando estuvo ella enferma a los tres años, y esa gallina petirroja que se quedó para siempre en su memoria, aunque aún no supiera qué significaba semejante adjetivo, «petirroja», y que la ligó para siempre a la lectura; o la del premio Nobel de Literatura Vidiadhar Surajprasad Naipaul, que «[a]l cabo de los años seguirá recordando la deuda con la voz paternal»; o Bertrand Russell que nos habla de cómo su abuela, leyéndole, pero también ejerciendo de censora, le condujo a la lectura.
¿Y por qué dejo para el final el número tres de los cuatro capítulos de la serie que nos ofreció Juan Mata en Discreto lector? Porque ahí «se tornan los roles y ahora es el hijo el que lee. Los padres actúan en este caso como receptores en vez de donantes. Pero si bien hay una alteración de las funciones no cambia el sentido del ritual: la lectura como un hilo invisible que anuda al niño con sus progenitores. El respeto y el aliento hacia los libros siguen siendo de la misma naturaleza, aunque se manifieste ahora de un modo distinto, aunque modifique el cometido de cada uno de los protagonistas.» José María Merino lee a sus padres. Les lee lo que estos le piden, y ve el efecto que las palabras tienen sobre ellos.

Yo, como la Maga Colibrí, como Juan Mata, como tantos, siempre he intentado hilar fino para que mis hijas pudieran recibir el preciado regalo que a mí me hicieron: el disfrutar de la lectura, el ser un letra-ferit.

En una familia en que los libros abundaban en todas las habitaciones —el salón, las nuestras...—, en que los abuelos, sobre todo el abuelo, contaba historias de sitios exóticos —qué hay más exótico para un niño de ciudad que las historias de un pueblo y un río y perros que viven sin atar, y una madre y hermanos que parten a la ciudad a los doce o trece años—, en que los cuatro hermanos hacíamos funciones a nuestros padres, o nos juntábamos con otros amigos y les hacíamos a los adultos teatro de marionetas, o entre nosotros y nuestros padres contábamos cuentos y escribíamos un periódico cuando nuestro padre se iba de viaje para que no se perdiera ni una noticia importante: «Fran ha aprendido a tirarse de cabeza» (el primero), «Hemos ido a ver la película de La Bella Durmiente y Javier y Ana se han tenido que salir» (por el miedo, claro) y otras cosas importantísimas.

Así, aprendí que no era solo leyendo o cantando nanas o hablando, que sí, que claro, que también. Es escuchando cuando ellos nos cuentan o nos leen o nos cantan o nos imitan, porque al principio seguramente nos cuentan un cuento muy parecido al que le hemos contado. Y nos piden el mismo cuento o la misma nana o la misma poesía una y otra vez. Y, cuando cogen las marionetas, nos encontramos con que la función representa una historia en que la poesía se dice tres o cuatro veces. Poco a poco, sin embargo, empiezan a elaborar historias más complicadas y autónomas de las que conocen.

Llega un momento también, en la lectura, en que, además de leer lo que les recomendamos y lo que les compramos, nos piden un libro y nos lo recomiendan. Entonces, nosotros lo leemos y lo comentamos con ellos. Y descubrimos que su personalidad les inclina hacia uno u otro estilo, hacia un tema u otro.

Marta y yo siempre hemos intercambiado impresiones de libros y este no es el primero que me recomienda. Pero sí es de los que ha descubierto ella sola y de los que más le han gustado: Marta me recomendó Mary tempestad, de Alain Surget, en Marenostrum.

Y Laura. Laura, que me preocupaba porque no se enganchaba a la lectura. Laura, que no sé por qué no tengo paciencia a pesar de que cada una gateó a una edad diferente, cada una empezó a hablar a una edad diferente. Laura, al fin, fue más allá de leer libros finos y cortos. Me recomendó El pan de la guerra, de Deborah Ellis, en Edelvives y me pidió, bueno, se lo pidió a su abuelo, que es infalible (todo lo consigue), la segunda parte: El viaje de Parvana.

Y ¿qué quiero decir con esto? ¿Qué quiero compartir? Que da fruto. Que esa forma de compartir de la que hablamos la Maga Colibrí en Cosas de la Maga , Juan Mata en Discreto lector, las voces primordiales que recoge, Darabuc en sus blogs encabezados por Darabuc, Jorge Gómez Soto en Literatura infantil y juvenil actual, Kareche en Leer por leer, Pedro Villar en Cuaderno de Apuntes y tantos otros, que esa forma de estar con ellos, los niños, desde el principio, cuando «aún no hacen nada», según algunos —qué poco les han mirado, ¿no?, si cambian de un día para otro, si son un mar de gestos—, con las nanas y las rimas, incluso con las historias que les contamos; y luego, cuando les leemos libros de poesía o de aventuras o de fantasía; más tarde, cuando no les abandonamos ante el libro, sino que lo leemos a medias, o nos leen o les leemos, sin renunciar al placer de contar y que nos cuenten, esa ansia de todos por escuchar... Y cuando ellos crean una historia, o nos recomiendan una, entonces, qué maravilla saber que la lectura es algo que nos es común, que nos hermana porque disfrutamos.

No sé si ustedes tienen hijos o no; ni siquiera sé si tienen niños cerca, pero les puedo asegurar, ahora sí, ya, por fin, desde la experiencia, que todo lo que sembramos luego crece. Merece la pena, no solo por lo bien que se pasa, no solo por oír las risas de un niño pequeño, no solo por ver la cara concentrada y la boca abierta; merece la pena también porque se contagia. Y hay pocos placeres en este mundo que puedan contagiarse de una forma tan sutil y con tanta recompensa anticipada: habremos disfrutado nosotros todo el tiempo; ellos disfrutaron también y ahora nos seguirán haciendo disfrutar y, quién sabe, puede que en el futuro, sepan hacer disfrutar a otros, a niños, que nunca, jamás, deberían tener puertas cerradas a nada que no sea el sufrimiento. Abrirles puertas a lo bueno, esa obligación es nuestra.

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8 comentarios:

El canibalibro dijo...

Querido amiga.

Somos Daniel Monedero y Óscar T. Pérez. Te escribimos para anunciarte la aparición esta semana de nuestro álbum ilustrado “La Gran Orquesta de los Animales”, editado por Thule Ediciones

Te invitamos también a visionar la animación promocional del libro en You tube:
http://www.youtube.com/watch?v=QvRVTXHYgxw

¡Esperamos que disfrutes con nuestra singular orquesta y con su Músicanimal!

Óscar T. Pérez y Daniel Monedero.
http://elcanibalibro.blogspot.com

Ana Lorenzo dijo...

Daniel y Óscar: me ha encantado la presentación y vuestro blog. Me haré con La Gran Orquesta de los Animales, sin duda. Y también con Artistas insólitos (para quien prefiera, está también en catalán en la misma editorial, La Galera).
De paso me he bajado el libro Antología de bocetos que habéis escrito (Daniel) e ilustrado (Óscar); gracias por compartirlo.
Sois un buen equipo de trabajo y de creación, los dos juntos :-)
Gracias por pasaros y por compartir.
Un beso.

Joselu dijo...

A mí nadie me contó cuentos, ni me los leyó, ni había libros en mi casa. Todo lo tuve que descubrir yo en contra del ambiente en que viví. La lectura, primero de tebeos me aislaba de la desgracia, del dolor, me llevaba a otros lugares que los que habituaba a morar. Mi elección de la lectura fue una huida de la realidad, no me cabe duda. La descubrí yo solito sin ayuda. No sé si estoy haciendo un buen papel ayudando a mis hijas, a mi hija pequeña sobre todo, a descubrir la maravilla de los libros. La magia de esa doble vida que tenemos los que leemos. En fin.

Toni Solano dijo...

Creo que en los últimos doce años he faltado pocos días (salvo fuerza mayor) al rito de leer un cuento a mis hijas. No demuestran todavía mucha pasión lectora, pero el mero hecho de que sigan pidiendo, noche tras noche, que les lea un cuento me llena de alegría.
Un saludo.

Ana Lorenzo dijo...

Joselu, hay muchos modos de llegar a la lectura, sí. Tu camino es otro: el de evadirse de la realidad; pero el resultado viene a ser el mismo, claro, «[l]a magia de esa doble vida que tenemos los que leemos», como bien dices. Ahora, que creo que ese modo de llegar está más sujeto al azar, al encuentro con el tebeo o con el libro en medio de un mundo donde no está accesible; algo así como el autodidactismo de Miguel Hernández, por ejemplo. Vamos, que puede suceder o no.
Yo creo que ayudar a tus hijas a descubrir la maravilla de la lectura al primero que compensa es a ti, igual que a mí el hacerlo con las mías. ¿Acaso se nos ocurrió otra forma de relacionarnos con ellas? Porque yo, de primeras, cuando bebés, no les cantaba nanas ni les hablaba todo el rato ni les hacía rimas tontas, etc., con una intención explícita y expresa de fomentar la lectura; simplemente, quería disfrutar de ellas y con ellas. Supongo que al tener la lectura tan presente en mi vida, también se la fui trasladando, como haces tú con tus hijas.
Así que, que nos quiten lo bailao, para empezar; y que, de verdad, es un caldo de cultivo perfecto para que arraigue esa adicción.
Gracias por pasarte, Joselu. Yo sí creo que haces bien. Aparte, siempre es mejor equivocarse haciendo lo que uno quiere y piensa que equivocarse con las ideas de otro, ¿no?
Un beso.

Ana Lorenzo dijo...

Antonio, eso de que pidan que les leas es, para mí, uno de los síntomas de que tienen o van a tener una pasión lectora :-) Creo que, además, el abandonar a un niño demasiado pronto ante el libro, solo, es uno de los fallos que tenemos los padres y que hacen que a veces los adolescentes se alejen de la lectura. Para mí, es el chico o el niño el que tiene que marcar cuándo quiere hacer ya la lectura íntima en voz baja a su ritmo. Y aun así, normalmente primero viene una fase (tras la de leer tú un capítulo, yo otro) en la que es buena idea leer a la vez que él, y decir «vaya, no me cuentes nada, que yo aún no voy por ahí», y oír «hala, me has adelantado, no me digas nada tú».
Luego, cuando ya tu hija comenta contigo el libro, sus puntos fuertes, sus hallazgos, los errores del autor..., entonces, de todas formas, hay veces en que vienen a leerte algo que les gusta especialmente, o algo que han escrito; y nosotros también deberíamos, si queremos y quieren, que suele ser así, leerles o contarles.
Me alegro de que lo paséis bien con los cuentos de por la noche. Además de sembrar, es un placer, ¿verdad? Nadie debería renunciar a él.
Un beso.

Lara Meana dijo...

Leer tu post me ha recordado que tenía que llevarle a mi abuela el ordenador, para que leyera lo que había escrito sobre ella. Lloró. Nos emocionamos las dos. Ay, qué poco nos decimos cosas importantes, esas que damos por sabidas, pero que hacen que el corazón se esponje y se sienta feliz.
Y ¿sabes lo que me dijo?: "Yo te habré ayudado a que te guste leer, pero tú conseguiste que yo me atreviese a escribir". Porque con ochenta años, se animó a escribir un libro de cocina que ha agotado sus tres ediciones, a pesar de no haber ido a la escuela. Y dice que fue, en parte, por verme a mí siempre con mis cuadernos a cuestas, siempre escribiendo. Así que lean, cuenten, escriban. Porque sí. Nunca se sabe. Quizás alguien se contagie.

Ana Lorenzo dijo...

Lara, qué bueno leerte. Como ves, me apropié de tu post «Empezar a leer». Genial lo de tu abuela y lo del contagio mutuo: es que yo creo que una vez que se empieza a contagiar uno de pasiones de otro es recíproco, exponencialmente creciente y hasta reversible, ja, ja, no sabía qué poner como palabra final.
Con lo que me gusta la cocina, y lo que le gusta a mi hija pequeña también ayudarme y hacer cosas ella, no me puedes dejar con la intriga: me tienes que decir qué libro es el de cocina de tu abuela, por favor, sin falta. Yo tengo el de Simone Ortega y ese de las SS (el Servicio Social que hacían en el franquismo) y la enorme colección de mi madre, que es una biblioteca de préstamo para platos especiales de fiesta, platos rápidos, platos regionales, típicos de otros países... Pero uno más no viene nunca mal.
Me alegro de que pasarais un buen rato emocionadas.
Un beso grande.

 
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