El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

lunes, 14 de septiembre de 2009

Nuevo libro y nueva colección en Editorial Libro de Notas: Isabel y los monstruos luminosos


Cubierta de Isabel y los monstruos luminosos,
de Alber Vázquez

Hace poco leía en el estupendo blog de Jorge Gómez una entrada en la que Ana María Matute se lamentaba de que «[l]a literatura infantil hoy en día [fuera] una pena»; lo achacaba, sobre todo a que estaba constreñida por lo políticamente correcto.

Un poco antes leía, en otro post, esta vez en el también estupendo blog de Darabuc, cómo la acumulación de asesinatos, morbosidad y sangre; «el mero hecho de usarlos no concede valor a una novela. No la hace más "valiente" ni más "libre"; tampoco más eficaz».

Sobra decir que no comparto la visión apocalíptica de Ana María Matute (texto completo de la entrevista): creo que tiene razón al decir que lo políticamente correcto aliena la literatura —y no solo la LIJ—, pero considero que, menos mal, hoy en día no todo el mundo, no todos los autores ni todos los editores claudican. Como hay muchos libros publicados (se dice que se publica demasiado; quizá eso genere ruido, pero yo nunca diría que se publica demasiado mientras siga sin encontrar libros hoy en día descatalogados, aunque creo que esto es otra historia, o tema para otra entrada; centrémonos); bien, como hay muchos libros, encontraremos versiones adaptadas incluso de los clásicos de cuentos para darles ese sello de corrección política o, lo que es lo mismo, suficientemente asépticos y apropiados a tan tiernas edades como para que el adulto no tenga que explicarle nada al niño, al que se toma como un ser algo tonto o al que hay que tener entre algodones, y pueda dejarlo solo con el cuento, amén de que ninguna minoría o mayoría se verá ofendida ni protestará por cómo sale reflejada por el autor, aunque esto obedezca a la época en que este viviese (pueden ustedes acercarse al cómic de Tintín en el Congo, por ejemplo, con cita previa, en la última biblioteca del estado de NY en que hasta hace un mes aún podrían consultarlo en libre acceso). Pero precisamente como hay muchos libros publicados, si uno quiere hacerse con los cuentos de Andersen o de Grimm traducidos pero no adaptados, en que se recojan los prejuicios y rasgos de la época que los contagiase y que dan mucha más vida a los libros y a los personajes, tiene varias editoriales donde hacerlo, varios ejemplares en las bibliotecas, y en las librerías, por supuesto.

De pequeña, perdonen el inciso de mis batallitas, yo conocía La Cenicienta en la versión de los Hermanos Grimm, no en la de Perrault. Cuando en el colegio nos contaron el cuento, siguiendo a Perrault y no a Grimm, yo levanté la mano y dije que no era así. «¿No?», preguntó la profesora, «¿nos cuentas cómo es, Ana?» Y ahí me lancé yo desde el principio al fin a contarles que el papá le traía una rama y ella la plantaba en la tumba de su madre; que unas tórtolas venían a vivir al árbol y le concedían lo que deseaba, pero no todo, porque si no, habría deseado que se murieran todos, incluido su padre, que dejaba que la madrastra y las hermanastras la trataran fatal, y habría deseado que su madre volviera a estar viva. Y bueno, que cuando la hermanastra se probaba el zapatito de oro se cortaba el dedo y, al pasar por delante de la tumba y del árbol, las tórtolas avisaban al príncipe del reguero de sangre y de la falsa princesa; la segunda se cortaba el talón, y le volvían a avisar; y entonces pasaba Cenicienta y cantaban que ella sí era la verdadera princesa. En la boda, cada hermanastra iba a un lado de la Cenicienta, y entonces venían las aves a picarlas los ojos; se cambiaban de lado y les picaban los ojos de nuevo y se quedaban ciegas para siempre.

«Bueno», dijo la profesora mientras mis compañeros quedaban con la boca abierta, «esa es otra versión del cuento, efectivamente. Ana nos ha contado la versión de los hermanos Grimm y nosotros habíamos contado la de Perrault. Esto pasa con muchos cuentos. Nosotros nos quedamos mejor con el cuento en el que la Cenicienta perdona.» Yo levanté de nuevo la mano: «¿Sí, Ana?» Le expliqué a la profesora que era mejor que las castigasen, a las hermanastras, y que lo malo era que no castigasen a la madrastra y al padre también.

No sé si llamaron o no a mis padres, no lo creo, yo era una niña muy buena y no daba ningún problema en el colegio. Pero que me dieran gato por liebre, por mucho que el gato lo firmara Perrault, que me hicieran tragar que una niña que había estado desamparada tenía que aguantar que nadie hiciese justicia, eso era demasiado.

Ahora, de adulta, a mis hijas les leo y dejo que lean las versiones que quieran mientras no empobrezcan el texto: prefiero que el «Libro de Job» lo lean conmigo o lo lean más adelante a que lean solas una cutre adaptación que no significa nada; pero no me empeño en que en los libros el mundo o los temas se reflejen en toda su crudeza. He llegado al ten-con-ten de saber que hay autores que quieren enviar un mensaje y otros que no tienen la más mínima intención de hacerlo. Sé, hoy por hoy, que la doctrina, el adoctrinamiento, lastra un texto, pero el mensaje no. Un libro bien escrito está por encima de la intención de su autor. Los zapatos rojos, de Andersen, sigue siendo un cuento maravilloso y de verdadero terror, y no hace falta compartir esa moral puritana de que está contagiado para disfrutarlo, ni a nadie se lo estropea; ni tampoco el genial Pinocchio, de Collodi.

Y estoy con Darabuc en que el miedo, muchas veces, es «eficacia narrativa», y de que tal «eficacia no depende de matar o no matar, sino de cómo y cuándo se mata».

En este sentido, mi hija mayor, me advirtió de un fragmento de Tobi Lolness —la historia de cómo llegaron los dos libros a casa también es materia de otra entrada, supongo— que, me dijo, «te va a impresionar, mamá». Es cierto, me impresionó: fue el único detalle verdaderamente perverso que descubrí en el malo del libro, Jo Mitch; cuando encuentran la chaqueta de W. C. Rolok, uno de sus secuaces, momentos después de que este haya dejado que se escape Tobi y haya quedado en ridículo, y, cuando le preguntan si le suena, Rolok dice que sí, Jo Mitch dice que no:
—¡Por favor! —gimió Rolok—. Entonces ¿quién soy yo? ¿Quién soy? ¿Cuál es mi nombre?
Jo Mitch se volvió y respondió:
—Truco.
Una sola palabra había bastado. Rolok estaba perdido.

(Supongo que tendrán ustedes que leerlo para apreciar la crueldad. La crudeza de ser Truco nos la describe el autor poco antes, en el mismo capítulo, en la p. 126.)

Bueno, creo que tengo que ir acortando, porque ustedes saben que yo tiendo a explayarme, y realmente lo que quería era también, con toda esta introducción a la LIJ, a la verdadera LIJ sin adaptaciones castrantes, presentarles el primer libro de la nueva colección de la Editorial Libro de Notas: es la Colección LIJ. El primer título es Isabel y los monstruos luminosos: una novela de terror juvenil. Sí, sí, así como suena: de terror. Claro, ustedes pueden leerla antes y, conociendo a sus chicos, optar por leerla juntos, esperar a que tengan algunos años más o dejar que la lean y comentarla luego (en mi caso, mis hijas la han disfrutado, pero debo reconocer que yo soy más miedica que ellas). Tengan presente que a veces no todo lo que tememos se esconde en la oscuridad y que hay trucos que siguen sirviendo aunque nos hagamos mayores, como ese de cerrar los ojos para esconderse de alguien cuando uno es pequeño: ¿que no lo han hecho nunca? ¿De verdad no han pasado miedo en la cama y, a falta de poder huir, no han cerrado los ojos con fuerza con el corazón palpitándoles tum tum tum en los oídos? Entonces es que no han pasado miedo de verdad.

Tengo el honor de dirigir la nueva colección, así que no me pidan que sea muy objetiva —tampoco me pregunten cómo es que el equipo entero, con Marcos Taracido a la cabeza, confía tanto en mí, por favor—. Lo cierto es que, este primer título Isabel y los monstruos luminosos, escrito por Alber Vázquez, ilustrado por Chicho y maquetado por Óscar Villán, a mí me ha resultado verdaderamente refrescante, y me parece, además, que ha quedado estupendo.

En Libro de notas, en Editorial LdN y en Librería LdN tendrán noticias de él en un par de días, y acceso a la versión digital (solo se les pide 1 euro si les ha gustado, aunque son ustedes libres de donar más, si son millonarios filantrópicos en busca de buenas causas :-)). Ah, en Bubok estará en papel: las ilustraciones se han pasado a blanco y negro para que ustedes no se arruinen; si es que estamos en todo.

Pues hala, a disfrutarlo con tranquilidad.
Que ya hay otros dos títulos en marcha en la misma colección :-)

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