El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

viernes, 18 de julio de 2008

Cuando Faulkner escribió para una niña: El árbol de los deseos


Tengo, tenemos, supongo, la suerte de que nos gusten los libros de eso que se sigla LIJ (Literatura Infantil y Juvenil), que generalmente suele ser, como bien dice Darabuc muchas veces, más LI (Literatura Infantil) que LIJ, así que aunque mis hijas crezcan, y no vean ustedes lo rápido que crecen los niños propios, seguimos yendo en la librería y en la biblioteca a los estantes de LIJ y no se crean que nos vamos directas ya a la sección N-J (Narrativa-Juvenil), no, podemos pasarnos un buen rato entre los álbumes de «primeros lectores», que según la biblioteca o la colección editorial pueden ser los que tienen solo dibujos y texturas o los que traen pequeñas frases para los niños que, efectivamente, leen un poquito —no mucho, que cansa reconocer en esas cagaditas de mosca la representación de un sonido, y más aún cuando este cambia según vaya de la mano con uno u otro compañero: casa, cielo...

Como mi librera nos conoce, nos hemos ido conociendo y por eso ahora sí, ya es mi librera, el otro día me dijo que tenía uno que seguro que nos iba a gustar, El árbol de los deseos, de William Faulkner. «¿Anda, quién lo ha editado?», le pregunté esperando en su respuesta una editorial pequeña, de las que ahora sigo con interés. «Alfaguara, si no me confundo», me dijo. En efecto, no se confundía. El grupo Santillana es el responsable de esta edición.

El traductor es José Luis López Muñoz y el ilustrador es Mikel Mardones. No he visto la versión de Lumen de 1988 con traducción de Andrés Bosch e ilustraciones de Don Bolognese, de la que tengo noticia gracias a L. D. y su Bienvenidos a la fiesta (busquen en el índice de autores a Faulkner), así que no puedo comparar, pero esta edición tiene unas ilustraciones entre clásicas y expresionistas que la verdad es que casan muy bien con la fantasía onírica que relata «Bill», que «hizo / este libro / para su querida amiga / Victoria / en su octavo cumpleaños.»

No deja de haber, entre los sueños, rastros de la América sureña de Faulkner, como la doncella negra Alice, cuidando de sus polluelos los niños blancos, y «la escoria blanca» que por muy blanca que sea, Alice no aprueba que vaya con ellos porque «Seguro que a tu madre no le gustaría si lo supiera» (y es que en el sur de Faulkner hay racismo y clasismo hasta en los sueños de un niño). Pero la magia, traída por un misterioso Maurice, a causa del cumpleaños de Dulcie, la protagonista, y de lo que «hizo exactamente la noche de antes»: «Y si la noche de antes... —la miró con sus extraños ojos de motas doradas—, te acuestas con el pie izquierdo por delante y le das la vuelta a la almohada antes de dormirte, puede suceder cualquier cosa», la magia lo invade todo; claro que la magia tiene también sus propias reglas.

De la traducción tampoco puedo decir más que se disfruta del libro, y que, su comienzo ya, el despertar de Dulcie, está soberbiamente narrado:

Estaba aún dormida, pero sentía que se alzaba del sueño exactamente como un globo: como si fuera un pez de colores en una pecera de sueño, alzándose más y más a través de las tibias aguas del adormecimiento hasta la superficie. Y entonces se despertaría. Pero una vez despierta no abrió enseguida los ojos, sino que se quedó muy quieta y calentita en la cama, y era como si aún hubiera otro globito en su interior, cada vez más grande y que también se alzaba y se alzaba. Muy pronto le llegaría a la boca, saldría fuera y volaría hasta darse con el techo. El globo que tenía dentro creció y creció, e hizo que todo el cuerpo y los brazos le cosquillearan, como si acabara de comerse un caramelo de menta. «¿Qué puede ser?», se preguntó con los ojos bien cerrados, tratando de recordar qué había pasado el día de antes.

Quien quiera ir a buscar el árbol de los deseos, que se apunte a esta excursión, y si se encuentra con un simple árbol melomax, según el viejecito que ha tallado un gulipus, que tenga cuidado con lo que desea, por mucho que la comitiva siga buscando, hoja de melomax en mano, el consabido árbol de los deseos.

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