El precioso logo de la cabecera lo hizo Chicho, mi hermano pequeño, desde los Estados Unidos, y me lo envió. En este sitio se pueden ver varios álbumes de creaciones suyas. A mí me encantan. Este es el sitio oficial The Art of Chicho Lorenzo: más dedicado a cuadros.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

¿Animación a la lectura?

En el instituto de mi hija mayor han leído Las lágrimas de Shiva de César Mallorquí, premio Edebé de literatura juvenil. Edebé ha mandado, una vez hecho ya el examen de lectura —que más bien es una prueba del profesor para poder saber quién sí y quién no ha leído el libro, y qué capacidad lectora y crítica tienen los chicos—, a una pareja de jóvenes que les ha realizado una lectura dramática del texto. Mi hija y algunos amigos apenas daban crédito a que la lectura dramática fuera un fragmento del libro, y es que, la verdad, no se presta mucho a ello: no es lo mismo que a uno le declamen un fragmento de Macbeth o de Las criadas a que traten de recrearle un trocito de un diálogo de La sombra del viento.

Pero bueno, a lo que vamos, lo que más gracia les ha hecho a los chicos es cuando la pareja de Edebé les ha preguntado si leían tres libros al año. Muchos han creído que esa era la franja de los lectores con el índice de lectura más bajo, hasta que una de las chicas explicó: «Sabemos que esto es ser muy optimistas. No os preocupéis, en la mayoría de los colegios en que hemos preguntado ha sido una minoría la que se sitúa en esta franja.» Creo que entonces es cuando han comprendido que todavía había posibilidades de leer aún menos.

Al más de tres libros al año han levantado la mano bastantes, aunque menos de los que lo hicieron en los tres libros anuales. Supongo que los chicos dedujeron que no estaban incluidos los libros que mandan en el colegio porque solo con esos ya superarían la cifra.

¿Se imaginan ustedes que fueran a su trabajo a, por ejemplo, animarles en el uso de las nuevas tecnologías, llegasen y les enseñaran cómo hacer en el ordenador un dibujo con el programa más patata de los que se les ocurra, luego les preguntaran con qué frecuencia usan la computadora y, antes de que nadie respondiese, les dijeran que no se preocupasen, que si la usaran una vez al mes, ya serían de los que más están avanzando? ¿No se sentirían ustedes un poco menospreciados, algo timados? ¿No pensarían que esa gente no tiene nada que ver con ustedes? ¿Que a pesar de sus encuestas viven un tanto ajenos a su vida y sus costumbres? Ay, estas encuestas con respuestas en las que encajar a la gente...

La visita de las de Edebé no ha terminado ahí; al menos les han contado una historia —algo siempre bien recibido— y les han invitado, también, a recomendar a cada uno un libro: menos mal, porque hasta entonces no sé yo si lo de la animación a la lectura había sido animación o desánimo.

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8 comentarios:

Darabuc dijo...

Es educación moderna: deja crecer al bruto que hay en ti. Es curioso que estemos volviendo al buen salvaje: no aprietes a los niños, no les exijas... ¿que bastante mal lo pasan por no tener dos Wiis?

Tal vez no, y yo estoy pesimista en eso. El papel de la literatura en la escuela es complicado, porque la mezcla de placer y deber es volátil. Pero en plan exagerado: que haya que elogiar a un grandullón por haber leído ¡todo un Mortadelo!, no lo veo claro, no, señor.

Igualmente, parece que el sistema ha llegado al tope y que se vuelve a pedir más autoridad (no gratuita, pero no menos de la justa), más respeto (de entrada, para que la primera palabra no sea ya a la greña) y más esfuerzo. Veremos.

Ana Lorenzo dijo...

Darabuc, yo creo que las editoriales ofrecen unos servicios a los colegios e institutos que, en teoría, redundan en beneficio de todos: la editorial obtiene datos del público al que va dirigido (los adolescentes) de primera mano —todos los chicos de las clases, de distintas capas sociales, con distintas circunstancias familiares...— y el colegio o instituto obtiene un día de entretenimiento para los chicos con una actividad que gira en torno al libro que han leído y en torno a la lectura. El problema se plantea cuando la editorial cree que esos chicos son menos de lo que son: no sé si piensan que son menos lectores, si creen que a los trece años son poco inteligentes o poco exigentes, o que perder unas horas de clase va a hacer que no juzguen lo que se les ofrece a cambio.
Habrá quien no, por supuesto; pero ha habido varios que sí lo han hecho. Tiene gracia. Esta vez han sido precisamente los chicos a los que no se les exige los que han salido decepcionados de que no se les exija, como si alguien se les hubiese acercado a mantener con ellos una conversación y, al momento, hubiesen notado que les trataban como a chiquitos de ocho años.
Puede que las editoriales dedicadas al público adolescente tenga que empezar a recordar su propia adolescencia y ver que, a los trece años, un chico lee tanto Memorias de Idhún como La metamorfosis. Algo se cuece en ese cerebro. No hay que menospreciarlo: es mejor llegar abierto a lo que tengan que decir y saber reaccionar e interactuar con ellos; se sentirán bien y hablarán sinceramente.
En cuanto a la educación moderna y su llegada al tope, estoy de acuerdo contigo. Lo que no sé es si la ley deja maniobrar a los profesores.
Gracias por pasarte.
Un beso.

Anónimo dijo...

Ana, me habré explicado mal, porque tengo la sensación de que no estás de acuerdo conmigo y, sin embargo, yo sí lo estoy con tus palabras.

Con el orgullo de los niños, por otro lado, que tienen la voluntad de crecer y en muchos casos la pose de no soportar a los "pingüinos" de turno (los de los cursos anteriores), equivocarse en el trato y considerarlos más pequeños o más incapaces de los que son es una mala, mala, malísima forma de entrarles.

Un abrazo.

Ana Lorenzo dijo...

Porras, Gonzalo, me habré explicado mal yo también. Sí que estoy de acuerdo contigo, simplemente, creí que sacabas otro tema: el de la lectura en la escuela y la exigencia tan poco exigente. Veo que realmente son los dos el mismo: lo que pasa es que yo había interpretado que las chicas de Edebé venían preguntando por la lectura por placer y tú lo unes a esa tendencia de no exigir tanto, no apretar a los chicos. Cierto, no lo había visto desde ese punto de vista.
Quizá tengamos que remontarnos a Primaria, a los libros de lectura que en el colegio se consideran apropiados para la edad de 1.º, 2.º, 3.º, etc. y a si los profesores se dejan guiar demasiado por las editoriales. Y a si estas tienen un equipo de pedagogos que estudia el lenguaje que aparece en el libro y los temas. Que tengan que ser palabras que los niños ya dominen y temas que les introduzcan moralinas que les lleven a tratar el ecologismo, la igualdad entre los sexos, la diversidad cultural... No sé hasta qué punto un libro tan políticamente correcto diseñado ex-profeso es agradable de leer. Sé que El principito, Pinochio, Alicia en el país de las maravillas, Kim de la India y muchos más los hemos leído en casa.
Y mis hijas no salen de su asombro cuando algunos amigos se horrorizan de que la abuela de Caperucita Roja se muera, o no entientan que la sirenita no se casa con el príncipe, sino que el final feliz sea que se gana un alma y no se disuelva en espuma de mar. ¿Qué ocurre en la escuela? ¿Se censuran los libros no políticamente correctos? ¿Se prohíbe leer a Andersen en sus versiones más cercanas a la original porque los judíos que salen siempre son considerados ladrones? Creo que los profesores deberían ejercer de tales y leer a los críos los cuentos y los libros reales, y luego explicar, en vez de tratar de que el libro haga de historia y explicación, con lo aburrido que resulta.
Y, en poesía, deberían jugar con las palabras desde pequeños. Para divertirse y saber luego apreciar el ritmo, la rima, la belleza... Y eso, gracias al cielo, hay gente que lo fomenta muy requetebién, ¿un tal Darabuc? Desde ese sitio y con su Cebraloquía. Y con sus libros, por supuesto.
¿Ves como estoy de acuerdo contigo?
Menudo rollo, alguien debería moderar estos comentarios tan largos ;-)
Un beso.

Unknown dijo...

Perdón por interrumpir. Es una pequeña anécdota.
El verano pasado trabajé en una academia llevando un estudio dirigido. Mirando los apuntes de un chaval descubrí que no sabía separar muchas palabras (asique, en tonces, etc.). Como quedaban sólo cinco minutos para hacer un descanso decidí parar el estudio para hacer una medición de cuánto leían. De doce niños (1º-3º de la E.S.O.) sólo tres "reconocieron" que habían leído libros por su cuenta. Dos chavales de esos tres únicamente los de Harry Potter. Al tercer niño lector le costó admitir que había leído algunos más. Según salían a hacer el descanso comprendí por qué este tercer chaval no quería decir en público que leía libros: se mofaron de él.
Tenebrosísimo, oigan.
Saludos.

Anónimo dijo...

Airos, bienvenido. Lamento que pueda haber parecido una interrupción; Ana y yo nos conocemos de hace un tiempo y nos enredamos a hablar fácilmente, pero no hay ánimo alguno de mantener aquí conversaciones privadas. A la inversa: hay sillas para todos, hasta de las invisibles para el que prefiera quedarse de pie.

Lo que describes recuerda una de las condiciones más difíciles de tocar por cualquier plan de fomento de la lectura: si en tu entorno leer libros es cosa de "mariconas" (tal cual, es muchos patios), o lo mantienes como vicio secreto, o te conviertes a la religión dominante del balón sin libros. Y lo cuento así, en masculino, porque quizá esa es una de las razones por las que los niños leen menos que las niñas (y los hombres menos que las mujeres).

Por hacer algo de sitio al optimismo: en varios casos, he podido comprobar que los blogs pueden conseguir el efecto contrario: apoyar desde lejos, funcionar como el estímulo de socialización positiva, el "cuéntame, ¡qué bien!" que todos necesitamos para seguir por un camino (al menos, con alegría). Me refiero a casos en los que, por ejemplo, un chaval publica algo suyo (en el blog de la escuela, por ejemplo) y otro blog que no tiene nada que ver se hace eco y lo reproduce como algo que vale la pena visitar.

Un saludo cordial,

Gonzalo

Ana Lorenzo dijo...

Interrumpe cuanto quieras, Airos :-) Tu anécdota plantea otro punto de vista: que sigue existiendo, no solo esa adolescencia que no lee, sino que desprecia al que lo hace. Sí que es tenebroso.
Fíjate que yo había notado un cambio a la inversa: hay adolescentes que no leen lo que dicen que leen. Pero presumen de leer y de estudiar. ¿Será que en algunas zonas ser buen estudiante tiene prestigio?
Yo di clases particulares en la época de Maricastaña, y los chicos estaban bastante orgullosos de suspender y de no ser los empollones de la clase; asumían las clases particulares como una tortura impuesta por sus padres y, poco a poco, como una ayuda para sacar la asignatura y pasar de curso. Pero ni charlando con ellos lograbas cazar un libro que les gustara o algo que les apasionara fuera de «el verano, sin suspensos, para salir, tener mi paga...»
Ahora, no sé si será por la competitividad brutal, muchos chicos de esa misma edad presumen de sus notas, e incluso desprecian a los que no llegan a un mínimo (bueno, siempre hay un grupo que es ajeno a la vida escolar, pero es minoritario), y te hablo de un centro público.
En cuanto a libros, incluso se los recomiendan: vale, la mayoría recomienda Crepúsculo o Septimus Heap, que parecen ser los herederos de Harry Potter, pero también hablan de El curioso incidente del perro a media noche o de algunos cuentos de Cortázar. Lo juro, yo les he oído. Y no son dos ni tres, son más.
A lo mejor es puñetera buena suerte.
(Ah, conste que a mi hija mayor no la tomo de ejemplo, porque es lectora voraz y creo que nuestras charlas sobre libros influyen mucho en sus lecturas. Tras leer como libro mandado en el cole La zapatera prodigiosa, se leyó Yerma, La casa de Bernarda Alba, Así que pasen cinco años y El público; charlamos largamente, sobre todo de las dos últimas, que le fascinaron pero que no había entendido muy bien. También me pidió El baile de Némirovsky. Yo le he dicho que con catorce años —los acaba de cumplir— uno puede leer lo que le apetezca, y dejar a medias lo que no le parezca.)
Un beso.

Unknown dijo...

Así es: tienen que ver los personajes de la historia. En mi caso eran chavales que estaban en una academia de verano por haber suspendido muchas asignaturas. Podríamos decir que serían los más brutos.

Aun así, por lo que recuerdo de cuando yo era un escolar, los que más leían eran los que sacaban las mejores y las peores notas. Leía el de los sobresalientes y el que sabía atinar un escupitajo dentro de un aro de humo de cigarro. Leía el que se quedaba a charlar con el profesor de química y el que tenía que ir a ver al director como castigo. El resto, la masa de niños intermedios, se quedaban en Mortadelo y los libros impuestos por la EGB. Este párrafo es una generalización pero creo que era así en muchos casos.

En cuanto a motivar la lectura en público ya escarmenté con la experiencia que os comenté. Por otro lado, a un chico al que imparto clases particulares de todas las asignaturas (en privado con éste, pues), intento colarle la afición a la lectura. Me es imposible. De hecho, cuando en Literatura le mandan hacer un trabajo de algún libro le molesta mucho. Mi opinión es que, en este caso particular, la obligación de leer impide que le guste. Mi táctica está siendo llevarle libros infantiles en inglés muy divertidos que tengo por casa. Así, enmascarado el libro como algo con lo que aprender inglés, los está leyendo; rozando el límite de la imposición. ¿Algún consejo tienen a bien darme?

Dos saludos.

 
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