Barcelona: Paralelo Sur Ediciones, 2006
ISBN: 978-84-611-5564-4
A nadie engaño si digo que me gusta la poesía. Y que me gusta leerla, y leerla en voz alta. Y releerla en silencio. Me gusta leerla yo porque, a menudo, los poetas, que crean maravillas, se ponen nerviosos o se angustian al pensar que tenemos prisa y no respetan sus propios blancos. Poetas que recitan, no tengan miedo, si alguien va a escucharlos no va con prisa ninguna; va a escuchar sus versos, y sus blancos forman parte de sus versos.
No tuve la ocasión de ir a la presentación de El corazón del limo, donde el autor, Javier Cubero Egea, recitó algunos de sus poemas. Confío en que sí supo leer sus negros y sus blancos. Supongo que fue así porque él mismo ha cambiado una estrofa de cinco versos endecasílabos, en que alguna tenía un verso más corto (verso cojo, le llamo yo), a las estrofas que definitivamente forman este poema: de nueve versos: «Llegó un momento en que lo que se decía quedó fijado, pero tenía problemas con el ritmo, de alguna forma ya existía un compás de fondo, y era necesario un ritmo superpuesto. Entonces empecé a crear rupturas en los versos […]» (Javier Cubero, en una amable respuesta a mi pregunta sobre la estrofa y su elección).
El cambio es un hallazgo en este poema largo que es el libro, poema-latido —gracias a su ritmo— que a mí me habla de la vida y de la muerte, de la primera angustia y del miedo maduro, de la presencia del alma gemela y de la ausencia irrevocable cuando sabemos que siempre seremos solo uno solo, de los sentimientos recién descubiertos y de la memoria humana que recoge y repite y escribe de nuevo lo nuevo y lo eterno —porque surge del limo, del lodo, y a él decanta—, del agua y la piedra y el mar y la espiga y el delta y el naufragio, y el limo con su corazón.
No puedo poner aquí todas las estrofas que empecé a marcar con papelitos de color; tuve que quitarlos porque no podía manejar el libro: esta porque es perfecta y me sugiere el despertar del hombre a la terrible angustia de la nada, o porque me sugiere, también, la decisión tremenda de querer desaparecer en esa nada —ya no un despertar, ya una experiencia y una meditación, sin vuelta atrás:
XXII
Allí, en las algas, tuvo
la inocencia
la fría sensación de lo profundo,
la distancia de espacios
sin sonido,
la luz amortiguada
bajo el agua,
aliento contenido,
vida breve.
Estas porque son poesía de la poesía, porque el poeta escribe y crea lo que ya estaba escrito, sentimientos, colores, dudas que a todos y a nadie pertenecen, los hace suyos, los encumbra hasta que el arte los acoge y podemos gozarlos:
XXV
Así llegó la nada,
y así se transformó la
superficie
del pergamino antiguo en
palimsesto
de sangre reemplazada,
de dolor
en la recreación del
sufrimiento.
XXVI
Sobre la piel el trazo
de la pluma
que tiñe el resplandor
de la ansiedad
en grafías ambiguas
de un sentir
que a nadie pertenece. Todo está
escrito en esa piel de
sombra y duda.
Esta de aquí porque comienza lenta, hablando de recuerdos, de amor, de vida, de experiencia, y luego, casi sin enterarnos, nos lleva hacia el mismo corazón de ese naufragio, a asomarnos, a tocar con la punta de los dedos el borde del corazón del limo:
XLII
De la tarde
recuerda su cintura,
de la noche
la voz en las paredes
de una casa sin techo y,
de las trazas
del nuevo amanecer, esa pregunta,
la pregunta en
el vórtice del miedo.
Yo releo el libro de Javier y, cada vez, encuentro otra pista, otra interpretación, otra palabra que cobra una relevancia que antes no tenía. «No has querido mirar» dice una estrofa, y otra la repite, y otra más, más allá, como un eco. Con qué certeza no ha querido mirar, si hasta «lo sabe el miedo / como la sangre sabe / su camino, / o como el asesino / su lugar / entre sombras de luz / a pleno día.» Yo releo sin certezas, atenta y temerosa a ese miedo maduro, a esa «[e]xtraña voz, / rumor del agua, / entre sombras de luz a pleno día» que «ha[s] venido a entregar / tu corazón al limo».
Y si la poesía es sugerencia, emoción en su forma perfecta y acabada, déjense seducir por la latencia de El corazón del limo, como si fuera música, vibrando con sus versos. Pueden volver aquí y decirme que no, que no era eso lo que oyeron ustedes al leer en voz alta las palabras.
Nota al pie: Javier Cubero: «Entonces empecé a crear rupturas en los versos y me di cuenta de que así se construían estrofas de nueve versos; busqué información y me pareció que tal vez no era casualidad que la novena letra del alfabeto hebreo simbolice la gestación y que el número nueve se identifique con la verdad. Así pues ajusté el poema de forma que hay 72 estrofas, que suma 9; hay dos que tienen dos versos y una que tiene cinco, que también suma 9; finalmente, el número total de versos es 630: de nuevo la suma es 9.»
En la reseña de Eduardo Moga en Quimera, junio, se abunda en este tema del número 9 en El corazón del limo.
Ana Lorenzo. Rivas Vaciamadrid, Madrid (España)
1 comentario:
Muchas gracias, no lo conocía.
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